domingo, 30 de octubre de 2011

17 de octubre

En casa se respiran aires de gran acontecimiento. La abuela está desquiciada, no para de limpiar sobre límpio una y otra vez. Y tiene la nevera a rebosar de delicatesen que le deben haber costado un ovario y parte del otro. No sé qué es lo que le pasa porque no suelta prenda, lo máximo que me ha dicho ha sido que no puede perder tiempo en explicaciones y que ya me enteraré cuando toque. Bueno, también refunfuña mucho, quejándose de que todo lo tiene que hacer ella sola, que no tiene ayuda de nadie (entonces me mira de reojo con el ceño fruncido) pero es que, aunque quisiera,  no podría echarle una mano porque es rápida como el rayo, además ¿por que tengo que limpiar lo que ya está reluciente?
Ni para Pascualita tiene un rato, salvo cuando se sienta a su lado por las tardes, después de comer, a tomarse un cafelito con un chorrito de chinchón (se me revuelve el estómago solo de pensarlo) y coge luego su labor de ganchillo. Está haciendo una colcha desde hace medio siglo y ahora ha reanudado el trabajo con más ánimo, cosa que me da que pensar así que, para salir de dudas, le he preguntado: - ¿estás preparando tu ajuar? - y me ha tirado un cenicero que, si me da, me mata.
Pascualita se sienta en el borde de la pecera y la mira fijamente, extrañada de que no le hable.  A mi me duele esta falta de atención con la sirena y procuro compensarla hablándole yo pero parece que no le hago el mismo efecto porque al ratito se sumerge para acostarse en su cama de arena. Se diría que la aburro.
La abuela me lo confirmó mientras procuraba entretener a Pascualita leyéndole unas páginas del Quijote: "aburres a las ovejas. Menudo tostón" - Naturalmente, me piqué y decidí vengarme metiéndome con ella. -¿Qué tal te va con el millonario? - "¿Qué millonario?" - respondió. Estaba absorta en su labor y no sabía de qué le hablaba - El del descapotable... jajajaja - "Ya no puedes ser más tonta, hija mía. Lo que te pasa es que me tienes envídia porque no tienes a nadie, con descapotable o sin él, ¡JA!" - (que cabrona es) - ¿Me dirás de una vez a qué viene tanto gasto y tanto trabajo? Ni que fuera a venir el rey a casa - "Para mi, como si lo fuera... ¡Ay!, mañana nos visitará Marcelino... ¡y no se te ocurra nombrar el pan y el vino, cretina!" - Me alarmé. - ¿Cómo que vendrá a casa? ¿Y Pascualita? - "¿Qué pasa con ella?" - Que no debe verla - "No sé por qué no. Al fin y al cabo Marcelino es como de la familia" - ¡De eso nada! Es tu ligue. Punto. No quieras ponerle al nivel del abuelo... - "Déjalo donde esté, que buen favor me hizo cuando se marchó de este mundo. Era un pájaro de mucho cuidado" - ¡¡¡Abuela!!! que estás hablando de tu marido - "Por eso digo lo que digo... Pero Marcelino es otra cosa: amable, cariñoso, detallista ... " - Jajajaja sí, te invita a comer ... ¡en la Residencia! ¡Que rumbo! jajaja... - "Si cuando digo que eres tonta tengo más razón que un santo" - En serio. No le enseñes a Pascualita que podemos tener un disgusto. Quizás a tu novio le funcionan aún las neuronas y se de cuenta de que, denunciando que tenemos una sirena en casa, le puede caer un buen dinerillo como recompensa - "¡Pero que mente tan retorcida tienes! mi novio es una bellísima persona" - Vale, pero Pascualita estará escondida mientras él esté en esta casa - Yo digo que no porque quiero que, a partir de mañana, venga todos los días a cortejarme y ambos tienen que acostumbrarse a verse" - La discusión se alargó y creo que, al final quedó en tablas aunque no estoy muy segura.
A las 12,30 del día siguiente sonó el timbre de la puerta y un acicalado Marcelino, con un ramo de flores sobre las rodillas, entró en nuestra casa por primera vez.  Una vez hechas las presentaciones, pasamos a la salita donde la abuela había preparado la mesa con esmero para tomar el aperitivo, no sin antes advertirme de que no me tirara en plancha sobre los platillos llenos de cosas ricas que me hacían babear. Por mi parte me encargué de retirar de la vista la pecera. La abuela no se había dado cuenta y al ir a enseñarsela a Marcelino se quedó parada - "¿Dónde la has metido?" - ¿El qué? (soy muy buena haciéndome la loca) - "¿Está en tu cuarto?" - Frío, frío - "¿En el mío? ¿En la cocina? ¿En un armario?" (me entró la risa floja mientras no paraba de repetir como un loro: frío, frío) El tono de voz de la abuela se fue endureciendo y sus cejas alcanzaron la máxima altura en la frente pero yo no daba mi brazo a torcer. Al final me dejó por imposible. Tomamos el vermut y pasamos después al comedor para dar buena cuenta del almuerzo. Incluso me ofrecí a empujar la silla de ruedas para que ellos siguieran hablándose cara a cara. Todo estuvo muy bueno. Después, antes de volver a la salita para tomar el café, Marcelino dijo que necesitaba ir al baño "a evacuar" (lo dijo así, que le voy a hacer) Le llevé hasta el cuarto de baño con la silla y esperé fuera. Mientras, la abuela buscaba frenéticamente la pecera. De repente se oyó un fuerte ruído de cristales estrellándose contra el suelo, acompañado de un grito sobrecogedor que salían del baño. Antes de que pudiera abrir la puerta, la abuela ya estaba a mi lado gritando enloquecida -"¡¡¡Marcelino, amor mío (¡Dios, que cursi!) ¿qué te ha pasado?" . El pobre hombre estaba sentado en el suelo, con los pantalones por las rodillas, mojado, rodeado de cristales rotos. Entre sus piernas sobresalía una cola de pez que daba bandazos a diestro y siniestro. Era Pascualita, eso era seguro pero no veíamos su cabeza, enterrada entre los muslos del hombre que los apretaba mientras lanzaba aullidos escalofriantes -¡¡¡Me muerde. Me está mordiendo un monstruo!!! - Nos costó Dios y ayuda hacer que Pascualita, aterrada, soltara algo sonrosado, flácido y lleno de sangre que, por segundos iba creciendo e hinchándose a consecuencia del veneno de los dientes de tiburón -¡¡¡Abuela, corre, llama a un médico!!! - Pero la muy bruja no se movió. Me di cuenta de que no quitaba ojo al apéndice mordido repetidamente que no dejaba de crecer - Me pareció que esbozaba una sonrisa picarona. Entre las dos levantamos al pobre Marcelino mientras ella, con voz muy dulce, le decía - "Te llevaramos a mi cama, cariño. Verás que pronto estarás curado" - Lo que sabe esta mujer.

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