domingo, 30 de octubre de 2011

2 de octubre

Cuando la abuela rumía algo me echo a temblar. Y ahora está pasando. Lo noto porque está despistada, como ida. No se concentra bien en las cosas que hace y eso es un peligro pues es la encargada de cocinar en casa. No ha querido cederme el puesto por más que se lo he pedido, siempre con buenas palabras.
La primera vez que lo hice fue el día en que se le quemaron los garbanzos. Yo venía de hacer unos recados y, a mitad de la calle ya olí a quemado y aunque se me pasó por la cabeza que podía ser en mi casa, no eché a correr hasta que no vi salir un humo blanco por la ventana de la cocina. Al verme entrar como una flecha, exclamó con guasa "Hija, que prisas ¡ni que fueras a apagar un incendio!"
Ahora que una idea le ronda por la cabeza procuro no dejarla sola más allá del cuato de hora.
Por fin, al sentarnos a comer, con la pecera presidiendo la mesa como ya es costumbre en casa, ha soltado: "Tenemos que casar a Pascualita" Lo primero que he hecho ha sido retirarle el vaso de vino tinto. "Deja de hacer la tonta y vamos a lo práctico ¿cómo lo hacemos?" La abuela expresa la idea y a continuación se convierte en un taladro que no para hasta que consigue lo que quiere. Como se, por experiencia, que la palabra "imposible" no entra en su vocabulario, he tratado de razonar lo mejor que he sabido:" Nadie, que se sepa, tiene un sireno. Y si lo tiene no lo dice. Si no hay sireno, no hay boda. Punto".
Pascualita, como si supiera que estábamos hablando de su futuro, se sentó de un salto en el borde de la pecera, instintivamente me puse las gafas que ahora tengo siempre a mano. "Ya he pensado en eso y creo que no nos hace falta, puede servir cualquier pez, al fin y al cabo de cintura para abajo, ella también lo es, así que, manos a la obra. Mañana, bien temprano, te vas al muelle de pescadores y compras un pez vivo que sea guapo y apuesto" ¿un pez "apuesto"? ¡Jesús!.
Con las legañas a medio quitar, esperé la llegada de las barcas. Compré un pez, más o menos del tamaño de Pascualita y de buena presencia. Lo metí en una bolsa de plástico con agua y fui para casa. La abuela le dio el visto bueno, menos mal y lo echó a la pecera, después, muy mojigata ella, me dijo que nos fuéramos para no interferir en la intimidad de los bichos.
Media hora después, con permiso de doña Censura, entramos en el comedor para ver cómo iba la cosa. ¿Y el novio? ¿qué novio? pensé... ¡Ah, claro!. el pez... La abuela buscaba por el suelo por si había saltado pero unas escamas brillando junto a la boca y en los dedos de Pascualita nos indicaron que la búsqueda había terminado... ¡Se lo ha comido! y volviéndose hacia mí me gritó:  ¡¿pero que clase de novio le has traído?! Empiezo a tener complejo de Muro de las Lamentaciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario