domingo, 30 de octubre de 2011

8 de octubre

Hemos ido de excursión a la playa... con Pascualita. Yo no quería porque es como mentar la soga en casa del ahorcado pero la abuela se ha empeñado y a tozuda no le gana nadie. Levanta una pared entre ella y cualquier razonamiento que vaya contra su decisión. Así que, a media mañana hemos salido de casa con una nevera pequeña, la bolsa con las toallas, las cremas, libro y revista, un cubito de plástico, dos sillas plegables y una sombrilla. La mayoría de los trastos he tenido que llevarlos yo mientras la abuela iba "cargada" con Pascualita al cuello y las dos sillitas colgadas del brazo. Hemos cogido un autobús abarrotado de gente, malhumorada y sudorosa y me he resignado a hacer el trayecto de pie y aguantando los vaivenes.
En seguida he perdido de vista a la abuela. La bolsa de las toallas y la sombrilla me impedían todo movimiento y no ha sido hasta unas paradas más tarde cuando la he visto sentada, tan ricamente, hablando por los codos con la mujer que tenía al lado. Cuando, por fin, he llegado junto a ella, estaba contando, compungida, a su vecina y a un señor muy mayor que apenas aguantaba el equilibrio y que estaba de pie junto a ella, los desastres que habían hecho los médicos con su cadera ¿La cadera que quién? pensé yo.
En la playa, nos pusimos en un rincón  y mientras colocábamos los trastos le pregunté por la historia del autobús. "He fingido una cojera exagerada. ¿No querrás que me pase todo el camino de pie? anda, llena el cubito de agua que Pascualita se va a bañar" - No me parece buena idea. La pueden ver. - "Tu siempre tan melindres" - Ya que estamos aquí, lo más humano es dejarla en el mar y que se vaya con los suyos - "¿Qué suyos? ¿A saber dónde estarán? ¿Es que no ves los reportajes de la dos? antes de zambullirse ya se la habrán comido las gaviotas o los cangrejos o los peces o..." -¡Vale, vale! Tengamos a fiesta en paz. - "Claro hija, en el cubito estará tan ricamente. Olerá el mar, sentirá el ruído de las olas y no estará expuesta a ningún peligro"
Me fui a bañar antes de que me doliera la cabeza. Nos estuvimos turnando para que siempre una de nosotras estuviera al tanto de Pascualita, que , dicho sea de paso, no se inmutó por la cercanía del mar. Se había echado sobre el fondo de arena que le habíamos hecho y parecía dormir.
Más tarde sacamos los bocadillos y mientras comíamos, la abuela le tiró, según era su costumbre, migas de pan. Eso sacó a la sirena de su letargo, subió a la superficie y de un salto se sentó en el borde del cubito. Toda su atención estaba centrada en la comida que le daban, luego, satisfecha su gula, paseó la mirada en derredor, distraída pero algo llamó su atención porque volvió la cabeza hacia el mar. Pareció que enfocaba la vista y poco a poco los ojos se fueron agrandando hasta casi salirse de las órbitas. Se zambulló y volvió a salir, una y otra vez, siempre mirando al mar, como si quisiera cerciorarse de que no estaba viendo visiones. Entonces dió un salto espectacular y se lanzó sobre la arena a más de un metro de distancia de nosotras. Nos pilló de sorpresa. Fui hacia ella para cogerla pero volvió a saltar como un saltamontes enharinado. La abuela, siempre tan discreta, la llamaba a voces ¡¡¡Pascualita, vuelve aquí ahora mismo!!! Pero la sirena repetía los saltos una y otra vez, acercándose a la orilla. Sabía que si entraba en el agua no la volveríamos a ver y estuve a punto de dejar la persecución para que lograra su empeño pero la voz quejosa de la abuela me hizo desistir: "¿Que será de mi sin Pascualita? Me atacará el asma y me moriré. ¡Cógela, por amor de Dios!" (dichosa mujer. Mira que es convincente cuando quiere) Así que volví atrás, cogí una toalla y la tiré sobre Pascualita pero no la toqué, estaba furiosa y lanzaba dentelladas a diestro y siniestro. Solo la abuela lo logró. Le estuvo hablando suave, creo que le contaba la receta de la paella, luego, cuando se calmó un poco, la cogió y la metió en el cubito (ahora pienso que se calmó, no por oir la voz de la abuela sino porque se estaba ahogando) luego volvimos a casa.
Ahora Pascualita está triste. Ha tenido su mundo muy cerca y no ha logrado entrar en él ¿Y por culpa de quién? ¿de la abuela? No, ella le ha salvado la vida metiéndola otra vez en el agua pero quién la ha cazado con la toalla he sido Yo. Me odia. Lo veo en su mirada cuando me acerco a la pecera y por más que le cuento recetas dulces, como la del arroz con leche, por ejemplo, ella no deja de enseñarme sus dientecitos de tiburón. Ahora no tiene ánimo para sentarse en el borde de la pecera pero cuando lo haga voy a tener que llevar las gafas de sol puestas en casa todo el día.

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