lunes, 31 de octubre de 2011

No puedo más. Están acabando con mi estabilidad mental. Y para remate han cambiado la hora. Voy zombie. Por la calle me he cruzado con un montón de brujas demacradas, algún vampiro y gente rarísima acabada de atropellar que marchaban juntas muertas de risa.
Al llegar a casa no había luz y el día había dado paso a la noche a horas intempestivas. Menos mal que brillaban las candelitas que la abuela ha colocado por todo y en cantidad para que ningún antepasado se sienta olvidado. De repente, una lámpara de pie que no conocía, alumbraba con luz ténue una de las habitaciones que dan al pasillo. La luz iba de abajo arriba. Fijándome un poco me ha parecido que la pantalla semejaba más un sombrero chino de esos de paja y lo que lo sujetaba me ha recodado a la abuela con una expresión aterradora.
He dudado entre salir corriendo o encerrarme en mi cuarto y dejar el tema de la cena para mañana porque se me empezaba a cerrar el estómago. He optado por esto último y al pasar como una exhalación por el comedor, una visión más horrible que las demás me ha puesto el corazón en un puño y he gritado como una loca mientras los pelos se me erizaban: La pecera, ingrávida en el aire y bajo ella, una luz fantasmagórica mostraba a una Pascualita lacia, flotando entre dos aguas como si ya no perteneciera a este mundo, mientras el juego de luces y sombras mostraban su rostro más feo, si cabe, que de costumbre.
El alarido se oyó en toda la vecindad. Me encerré con llave en mi habitación y coloqué la cama contra la puerta.
Unos golpes secos en la puerta me pusieron en guardia. La Muerte, en cualquiera de sus formas más horribles, venía a buscarme : "Hija ¿estás bien?... Abre la puerta y ven a la mesa. He hecho una sopita de las que levantan a un muerto" - Oh, no. Solo me faltaba la abuela. Habrá visto a la sirena y pensará que la he matado yo. Mañana mi esquela estará en los periódicos y aunque ya no tengo veinte años... ni cuarenta... ni cinc... bueno, no soy tan mayor y no me apetece nada despedirme de esta vida a la francesa. - ¡Abuela. No he sido yo. Te lo juro! ... Te pido perdón, abuelita. Nunca más volveré a amenazarte con tirar a Pascualita al mar... Perdóname.
Nos sentamos a la mesa como si nada hubiese pasado. Miré de soslayo en la habitación del pasillo y la lámpara había desaparecido. Pascualita, sentada en el borde de la pecera, parecía felíz mientras movía su cola. De vez en cuando me sonreía mostrando sus hileras de dientecitos puntiagudos. La sopa estaba buenísima. Y yo, disimulando el susto que aún tenía en el cuerpo, era la única que sabía que mi juramento había sido más falso que Judas.

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