miércoles, 2 de noviembre de 2011

2 de noviembre de 2011

Soy muy amante de las tradiciones y estos días, a pesar de que mis padrinos ya no están en este mundo, me gusta pensar que son ellos los que me regalan el Rosario aunque me lo compre yo. Esto tiene la ventaja de que eliges el que más te gusta. Así que en cuanto llego a casa, me lo cuelgo y no me lo quito hasta que me voy a dormir. Como  no soy rencorosa he invitado a la abuela y a Pascualita a panellets, bombones y carabasats (de estos últimos sobre todo porque es lo que menos me gusta)
Seguimos teniendo la casa llena de candelitas para las ánimas pero como, después de la tempestad ha llegado la calma, ya no me impresionan tanto. Ahora estamos metidas de lleno en el concurso "a ver quién liga más" De momento la abuela lleva la delantera: 3 a 0. En un día se ligó a un sepulturero; al alcalde que se enteró del accidente y se acercó a ver cómo estaba. Después de llorarle un poco, lo justo, desplegó toda su zalamería con él (a pesar de no haberle votado) y cogida de su brazo "para no caerme otra vez" le decía melosa, terminó el recorrido por el cementerio. Se les veía a gusto, él no paraba de reír con las tonterías que ella le contaba y finalmente, se despidieron con un beso y un "¡Adios, abuela" a lo que respondió embelesada "Adiós, Mateo" (¿Mateo? ¿Y esas confianzas?) Inmediatamente se giró hacia mí que iba agotada con la carga de las dichosas flores, porque no había hecho la menor intención de pasar por las tumbas de nuestros familiares y levantó dos dedos triunfantes y a continuación hizo el cero.
Antes de llegar a casa consiguió su tercer triunfo. Empezó a cojear cuando nos encontramos con el chico más guapo del barrio "¡Ay, hijo! déjame que me coja de tu brazo porque a penas puedo dar un paso ¿Te importaría ayudarme a subir las escaleras?, es que mi nieta ya está muy mayor y podríamos caernos". Naturalmente que la ayudó mientras yo trinaba de rabia. Al llegar a casa lo invitó a una cerveza con aceitunas mientras no dejaban de reír y charlar. Finalmente le despidió con un "hasta otro día. Vuelve cuando quieras" que me causó vengüenza ajena.
Sentadas en el comedor y mientras me comía las aceitunas que les habían sobrado, le afeé la conducta - Ya no tienes años para hacer estas cosas, resulta patético ¿no te das cuenta? - "En la guerra y en el amor, todo vale. ¿aún no te lo has aprendido? Pues aplícaté el cuento que se te está pasando el arroz" - Iba a replicarle cuando recibí un chorrito de agua de la sirena que a punto estuvo de darme en un ojo ¡traidora! y lo peor fue la burla del bicho asqueroso. Con sus deditos de uñas pintadas de luto, marcó ¡un tres y un cero ! Me volví rápida cuando oí la risa ¡¡¡Abuela!!!

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