viernes, 4 de noviembre de 2011

4 de noviembre de 2011

Diez y siete a cero: Este es el letrero que me encuentro por toda la casa: pegado al espejo del baño, sobre el fregadero de la cocina; en mi almohada, en el respaldo del sofá; en la puerta de la calle. Las vecinas me preguntan qué quiere decir y tengo que inventarme historias raras para no tener que contar la verdad: que la abuela me gana por 17 a 0 en el absurdo juego de los ligues. Ya le he dicho que no juego, que es una tontería seguir con eso. Es ridículo, absurdo. Pero se ríe de mi - "Lo que te pasa es que no sabes perder ¡te chinchas! porque aún quedan unos cuantos días para terminar la semana. ¡Menuda cena me voy a tomar a costa de tu sosería ¡estrecha, que eres una estrecha y una ñoña y una estirada y una...!" - ¡Basta! no hace falta que me refriegues tu victoria por las narices... ¡Y quita ya esos dichosos cartelitos, coñe! - Me siento fatal ante mi derrota; es humillante que me gane un vejestorio. Pascualita ya se  ha hecho un lío con los dedos para contar 17 pero en cuanto me ve, hace el 1 a 0 y me deja chafada. Tengo que hacer algo para que mi honra no quede en entredicho.
He hablado con algunas amigas para pedirles que me dejen a sus hijos mayores de 18 años y hacer el paripé delante de la abuela. Al ser preguntados, la mayoría ha dicho que sí pero previo pago ¿ no decimos siempre que los chicos de hoy en día son unos pasotas? pasan de todo menos de la pasta. Me va a salir caro el jueguecito.
A los primeros los fui llevando por casa para que la abuela viera mis ligues y pero la muy fresca se los pasó a su bando con sus zalamería y sus gracietas y encima ¡tuve que pagarles! Entonces puse como condición para seguir jugando, que ella me vería de lejos con mis futuras conquistas. Durante unos días respetó la nueva norma y el cartelito de los resultados dejó de exhibir el humillante cero de mi casilla hasta que, un día, al llegar a casa, el cartelito había sido sustituído por una cartulina y en letras y números muy grandes. proclamaba el 17 a 0. Naturalmente protesté hasta que me fijé en Pascualita que, sentada en el borde de la pecera, me miraba con sus inquietantes ojos de pez al tiempo que sacaba hacia afuera sus dentadura de tiburón. Eso encendió una alarma en mi cerebro. La sonrisa sibilina de la abuela no auguraba nada bueno: - ¿Qué pasa? - "No me gusta jugar con tramposas" - Tragué saliva. - ¿Tramposas? ¿De quién hablas? - Ha llamado uno de tus tiernos "liguesssss"... - dijo arrastrando las eses en plan de coña - ... para preguntar a qué hora puede verte para le pagues el trabajito. Naturalmente, le he preguntado a que trabajito se refería porque, como abuela tuya me siento responsable de tí y tengo que estar enterada de lo que te traes entre manos. Cuando me la contado ¡no me lo  podía creer¡ ¡tienes que pagar a los hombres para que te hagan caso! ¿Pero tú a quién sales, hija  mía? ¡Eres la antítesis de la feminidad!. ¡La vergüenza de la familia! ¿Dónde están tus armas de mujer? ¿Las has empeñado para pagar a esos pipiolos que apestan a instituto? ¡Pascualita, dile algo que a mi se me acaban las ideas!" -  Por toda respuesta, la sirena ha escupido un chorro de agua directo a mi ojo, con lo que eso duele - ¡Maldito bicho. La próxima vez que te quedes sin agua te va a salvar tu madre!

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