jueves, 15 de diciembre de 2011

Al llegar a casa encontré una nota de la abuela: "No vendré a comer. Me voy con mi amor".
Me sentó mal que se hubiese desentendido de mi comida pero luego agradecí el estar sola y a mi aire. Tiré los zapatos y el bolso por ahí, lo mismo hice con la ropa ¡que libertad! ya la recogería luego, ahora quería sentirme a gusto y hacer lo que me diera la gana. Me preparé una ensalada después de ducharme, embadurnarme bien de crema corporal y ponerme una mascarilla, algo que no hacía desde hace tiempo porque para eso se necesita estar relajada. Después de comer me tumbé en el sofá, con la estufa encendida,  envuelta en una vaporosa bata y ... me quedé dormida.
Desperté sobresaltada. La abuela me zarandeaba con fuerza mientras gritaba - "¡Despierta de una vez, marmota!" - Al abrir los ojos me encontré frente a dos caras por lo que pensé que estaba bizqueando pero no, había dos personas frente a mí, la abuela y un señor mayor al que no conocía - "¡Pero tapaté, mujer, que estas toda espatarrada!  ¿que va pensar Calixto?" - ¿Qué Calixto? - pensé - ¿El de Melibea? - y me dio la risa floja - "¿Pero tú te has visto? Vengo a casa con la intención de presentarte al hombre de mi vida y mira como te encuentro ... ¿has probado el chinchón?" - ¡No! - con este grito quise matar dos pájaros de un tiro: "no" a lo del chinchón y "¡no!" a que un extraño me viera de esta guisa ¡Que horror!. ¿Pero no me había dejado escrito la abuela que  no vendría a comer? ¿Qué hacía aquí entonces? -  "Lo siento mucho, Calixto, ya te dije que mi nieta era más rara que un perro amarillo pero, espera. Ahora verás como se despiertará del todo" - Unos segundos después, mientras yo intentaba aclara mi cabeza de la modorra de la siesta, algo frío cayó sobre mí. Me asusté y sin pensar en lo qué podía ser aquello, le dí un manotazo y abrí los ojos de par en par. Pascualita estaba agarrada a la barba blanca del hombre que creí ver antes entre la bruma del sueño (¿Qué hacía ella allí?) . De repente él empezó a gritar porque la sirena, intentando no caerse, le clavó sus dientecitos en la barbilla. ¡Ahora me daba cuenta de todo! La abuela había sacado a la sirena delante de un extraño ¿Para qué. Para despertarme? ¡No! ¡Para fardar de bicho raro ante el que llamaba " amor de su vida"! Amor efímero, diría yo, porque le duran los novios menos que un bizcocho en la puerta de un colegio. ¡Me va a oír en cuanto me quite la mascarilla de la cara!

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