miércoles, 14 de diciembre de 2011

Hemos decorado la casa para Navidad  y una vez más ha quedado claro que la abuela y yo somo incompatibles. A mí me gusta poner algunos detalles navideños y ella quiere llenarlo todo como si fuera una verbena. Ha habido discusiones y hemos pasado más rato quitando y poniendo que haciendo algo útil. Al final hemos llegado a un acuerdo: entre la profusión de cosas de la abuela, hay algunos detalles (de buen gusto) míos. De todas manera no para de remugar: - "¡Que soso ha quedado esto!"
Después hemos puesto el Belem y vuelta a empezar. Hay una figura de un lobo sentado, grande, de cuando era niña y siempre la coloca sobre el tejado de la casa más pequeña, con lo cual todos los ojos se van a él y no al Pesebre que es lo suyo. Por más que le digo que no pega ni con cola ella dice que es una tradición y el lobo vuelve, como cada año, a su sitio. Pensé que nos acabaríamos tirando las figuras a la cabeza. Y luego está el caganell. A mi no me gusta pero a ella le hace una ilusión tremenda poner uno nuevo cada año. Las figuritas sustituídas forman ya una buena colección sobre su cantarano. Este año ha puesto a Urdangarín porque dice que la ha cagado bien.
Luego le ha tocado el turno al Arbol. Lo compró hace unos años en los chinos y es insoportable. Las ramas se apagan y encienden alternativamente y toca uno o dos villancicos sin parar. Media hora junto al árbol equivale a tener que tomarte dos aspirinas seguidas. Le ha colgado tantas cosas que he llegado a pensar que el pobre se partiría en dos
Ha quedado tan contenta con el resultado que le ha faltado tiempo para enseñárselo a Pascualita. La tenía en la mano mientras le explicaba cada cosa cuando han llamado al timbre: ¡¡¡Policía!!! - Yo estaba junto a la puerta y he abierto en seguida. Sin saludarme siquiera, los guardias han entrado en el comedor con cara de pocos amigos. A la abuela, que no le ha dado tiempo de esconder a la sirena no se le ha ocurrido otra cosa que tirarla al árbol. Escondida entre tanto trasto multicolor no la verían. Nos dijeron que una mujer que había estado en esta casa había sido mordida en un dedo. Como las otras veces, por más que buscaron no encontraron nada. Con los nervios a flor de piel vi como Pascualita ascendía entre las ramas iluminadas, ganando altura hasta que llegó a la copa del árbol, situándose justo debajo de la estrella que lo coronaba ¡a la vista! Tras su fracasada búsqueda los guardias no estaban de mejor humor que cuando llegaron. Iban a despedirse cuando uno se fijó en la sirena que, afortunadamente, estaba inmóvil. - ¿Qué es eso? - Poniendo la cara más inocente del mundo, dije: -¿Se refiere a esto? dije señalándola - Es un nuevo muñeco navideño que han sacado los chinos este año - ¡Menuda porquería! - entonces Pascualita le escupió, afortunadamente sin consecuencias para el guardia, que no se dió cuenta, porque no tenía agua en la boca pero la saliva envenenada cayó sobre una ramita y fundió los circuítos, gracias a lo cual el árbol dejó de iluminarse y tocar villancicos para alegría mía y enfado de la abuela que ha prometido que el año que viene lo reemplazará por otro.

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