jueves, 26 de enero de 2012

Hemos ido a comprar una planta. La abuela quiere colocarla junto a la pared de los Finados del Funeral porque dice que está "desangelada". Hemos pasado la mañana dando vueltas de floristería en floristería y nada le ha parecido bien, sobre todo los precios, porque la quería grande, bonita y barta. En una de las tiendas le han sugerido, con retintín, que la compre de plástico. Hemos seguido nuestro peregrinaje por Palma como si estuviéramos haciendo el camino de Santiago.
Finalmente hemos entrado en una especie de almacén donde también vendían peces. Al rato de estar allí el termo de la sirena ha empezado a moverse - "¿Qué le pasa a ésta?" - Pascualita estaba de los nervios y no era para menos, había olido a sus congéneres. Así lo entendió la abuela y le quitó la tapa del todo para que pudiera verlos. A mi no me pareció bien porque no me fío un pelo de este bicho.
Nos entretuvimos un rato dándo vueltas al rededor de los acuarios y luego fuímos a la sección de plantas dónde estuvimos más de lo que yo hubiera deseado.
Después de ver, comparar, desechar varias veces la misma planta para volver, una y otra vez, sobre ella y cuando ya mi cabeza no daba para más y me importaba un pito si lo que estaba viendo era un geranio o un clavel, la abuela se decidió y entonces me tocó a mí protestar porque no era una plantita sino un macetón con el que tendría que cargar yo hasta casa. Me negué en redondo - ¿Quiéres que me quede sin espalda y sin riñones? Ni hablar. Ya estás llamando un taxi porque yo no la voy a llevar - "¡Ya salió la ricachona! ¡Coger taxi en tiempo de crisis. Estás loca! Si hubieras sido más amable con el encargado, tal vez nos la hubiese llevado él mismo a casa pero como te has pasado todo el tiempo protestando no lo hará ni pagándole: que si ya está bien, que qué más dará ésta que otra... mira que llegas a ser pesada... Voy a cerrar el termo y nos vamos... ¿Y Pascualita?" - La sirena no estaba donde debía estar y en aquella especie de selva dónde nos encontrábamos iba a ser difícil dar con ella. - ¿Han perdido algo? - preguntó solícito el vendedor - "Pues... sí. Es un amuleto al que le tengo mucho cariño" - ¿Seguro qué ha sido aquí? - "Sí, sí. No puede haber sido en otro sito porque hemos venido directas de casa aquí (¡que bien miente la jodía!)No se preocupe por nosotras, no queremos molestarle, con un poquito de suerte lo encontraremos, gracias"
Después de un rato de búsqueda infructuosa se me encendió la bombilla ¡los peces!. Disimulando pero con el corazón en la boca por la tensión, nos acercamos a la zona de los acuarios. Todos estaban llenos de pececitos nadando tranquilmente menos una. Y allí estaba ella, descansando en un lecho de algas mientras su abultado vientre demostraba a las claras que se había dado un banquete. Mandé a la abuela a entretener al vendedor mientras yo buscaba algo para sacar al monstruo del fondo del recipiente. Cuando lo logré la metí en el bolso sin contemplaciones. La abuela se despedía del hombre muy amablemente: "Creo que el taxi ya ha llegado. Sí, sí, mi nieta a encontrado el amuleto, no sabe el peso que nos hemos quitado de encima... Ha sido usted muy amable. Adiós" - ¡Corre, abuela, o nos harán pagar todos los peces que se ha comido Pascualita! - ¡Eh, señoras, esperen ... se dejan la planta!

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