viernes, 6 de enero de 2012

Hoy ha sido el último día en que me lleno como un cerdo. No quiero ni acercarme a la báscula porque si me subo en ella la reventaré.
Para empezar la penitencia hemos comido en un chino. No hemos tomado postre y hemos vuelto andando a casa. Pascualita ha nadado lentamente en su "acuario" durante buena parte de la tarde. Todo parecía apacible pero era mentira.  Mientras nuestros cerebros mandaban imágenes apetitosas, la abuela y yo intentábamos concentrarnos en la pantalla de la tele.
Llamaron a la puerta y la Cotilla del 4º irrumpió en el comedor: ¡Traigo helado! ¡Sacad unos vasos! - No tuvo que repetir la órden. Un rato después, con los estómagos llenos y una enorme sensación de arrepentimiento, nos repantingamos en las butacas a charlar de nuestras cosas. Cuando la abuela fue al lavabo la Cotilla-metementodo entró en acción - Tendrías que acompañar a tu abuela al médico. Hace cosas raras - Me puse en guardia - Ha estado metiendo cucharaditas de helado en la bañera, como si estuviera dando de comer a un pececito y que yo sepa, sigue vacía. Tiene obsesión por esos bichos ¿sabes por qué? - Respondí con evasivas. Afortunadamente, al volver la abuela siguieron hablando de sus cosas. Hora y media después dimos buena cuenta de una taza de chocolate con tostadas de pan. Observé a la abuela y vi que tiraba migas de pan al acuario.
Llamaron, oportunamente, a la puerta. Abrió la abuela y en un santiamén , dos guardias aparecieron en el comedor. - Traemos una orden de regristro - "Registren, registren. ¿No quieren un poco de chocolate antes de empezar a trabajar?" - Declinaron la invitación y empezaron el registro por mi cuarto "el de la mosquita muerta" oí decir a uno de ellos. Tenía que sacar a Pascualita de la bañera y esconderla pero la Cotilla no nos quitaba ojo. Tenía los nervios tensos, no así los de la abuela que, con el cuento de quitar las migas de pan que había tirado al agua, cogió a la sirena que estaba escondida tras las algas y la metió en la manga de su vestido. Recogimos  la mesa entre las dos y camino de la cocina me pasó a Pascualita. Me pilló de sorpresa y cayó al suelo. Con la punta del pie la metí tras la puerta porque oí la voz de la Cotilla acercándose. - Bueno, me voy porque estos (refiriéndose a los guardias) siguen sin sacar nada en claro - . Entonces pasaron a registrar la cocina. Nos quedamos plantadas junto a la puerta confiando en nuestra buena suerte pero uno de los guardias, apartándonos, miró tras ella y ... ¡la vió! - ¿Qué es eso de ahí? ... ¡Emilio, trae una bolsa y unas pinzas.  Nos llevaremos esta cosa ... -  "Hum, perdone pero esto es el juguete favorito de nuestro gato jejeje..." - No hemos visto ningún gato - "Ya sabe lo independientes que son. Andará por ahí. Es un ligón" - Cogió a la sirena para metérsela en el bolsillo. El hombre detuvo su mano y cogió a Pascualita. Llegó su compañero con la bolsa  - Nos llevamos esto. No podemos volver a comisaria con las manos vacías. - Pascualita debió ver el desespero en los ojos de la abuela y ella misma sintió el peligro en que se encontraba. Entonces atacó. Clavó los dientes en la mano que la sujetaba y acto seguido se impulsó hasta la cara del otro agente. Los gritos y aspavientos de los dos hombres alarmaron a los vecinos. Uno de los guardias sacó la pistola y pegó un tiro que dió en el techo.(¡Como en el Congreso!, pensé)
Acabamos en comisaría, hablando a gritos y acusándonos unos a otros. Mientras tanto Pasculita estaba escondida en las bragas de la abuela, sujetándose en el elástico. Finalmente, nos denunciamos unos a otros. Los guardias tenían a su favor las dolorosas heridas y nosotras el tiro en el techo. Al final nos dejaron ir a dormir a casa porque el motivo de que pasara todo aquello no apareció por ningún lado. Quedamos en tablas. El primero que salió por la puerta a tomarse una aspirina, fue el comisario harto de oír tanto galimatías.

No hay comentarios:

Publicar un comentario