miércoles, 4 de enero de 2012

La abuela me ha pedido que le eche al buzón su carta a los Reyes Magos. Cada año igual. - ¿No eres un poco mayor para creer en éstas cosas? - "¿Qué insinúas? ¿qué soy vieja y ya no puedo tener ilusiones?" - No saques los pies del tiesto. Al fin y al cabo, es una fiesta para los niños y ya hace tiempo que dejaste la infancia atrás - " Pero tú pareces mayor que yo ¡no tienes espíritu ni alicientes!" - ¡Ya me ha tocado el sermón del día! - Sin querer escuchar más la dichosa letanía, me marché en busca de uno de los buzones que los Pajes han repartido por la ciudad.
Al regresar encontré abierta la puerta de casa.  Unos ruídos extraños me pusieron sobre aviso. El miedo corrió por mi espalda mientras pensaba en un buen escondite. ¿Y la abuela? ¿Y Pascualita?... Andando de puntillas y conteniendo el aliento, me asomé al comedor. Había una mujer, de espaldas a mí, abriendo y cerrando cajones, rebuscando en ellos, dándole la vuelta a los jarrones y tirando al suelo su contenido - ¡Tendré que recogerlo yo! (pensé con rabia) - Seguí mi camino hasta llegar a la habitación de la abuela ¡estaba vacía! y la pecera también ... Un temor me asaltó: si Pascualita estaba en el "acuario" la intrusa la encontraría en cuanto entrara en la salita. Y para entrar allí solo podía hacerse pasando por el comedor. Cogí un bastón que la abuela guardaba celosamente en lo alto del armario y que solo usaba en casa cuando le daba la ciática;  me había hecho jurara que no lo contaría a nadie. No querían que supieran que se valía de él: "Es cosas de viejos".
Propiné tal bastonazo a la intrusa que la dejé fuera de juego durante unos minutos. Al recuperarse, lucía un hermoso chichón en lo alto de la cabeza - ¡Que bestia! - ¡Ladrona. Ahora mismo llamo a la policía y ...! - ¡No!. No lo haga porque... la policía soy yo - ¡Caray! - solté en cuanto ví su placa, de todas maneras quise cerciorarme de que no era de la tienda de chinos y le dí un bocado que casi me cuesta un diente - Vale, pero ¿qué busca? ¿dónde está mi abuela? - No lo sé. Al llegar estaba la puerta abierta y no he encontrado a nadie en la casa... - ¿Y qué busca, señora? - No lo sé muy bien. Me han dicho que "un bicho pequeño que muerde"... ¿Por qué no me dice que es? - ¿Yo? ¡No sé de que me habla!
Después, mientras comíamos,  Pascualita dió buena cuenta de unas migas de pan mojadas en vino tinto. Al quejarme de este comportamiento, la abuela sentenció: - "¡Déjala! Se lo ha ganado" - y me contó que, al poco tiempo de salir yo de casa, llegó la cotilla del 4º que, como era su costumbre, se metió hasta el fondo sin pedir permiso. La abuela le dijo que iba a vestirse y la otra, que no paraba de hablar, se fue tras ella al dormitorio. Allí descubrió la pecera - ¡Lo tuyo es de  psiquiatra! ¡otra pecera sin peces! - la cogió y la vació en el wáter - ¿Por qué tenía arena? - "¿pero que has hecho....?" - La he puesto a escurrir en el lavabo - Mientras hablaba tiró hacia atrás la ropa de la cama - ¡En un momentito te la hago..¡¡¡Aaaaaaaahhhhhhhh!!!... ¡¿Qué es eso?! ¡¡¡Hay un bicho raro. Espero que no te haya picado!!! y salió corriendo para entrar a la misma velocidad, con la escoba en la mano. La abuela intentaba coger a Pascualita al tiempo que la otra le arreaba un escobazo tras otro - "¡¡¡Para ya, loca, que me vas a deslomar!!!" - ¡No lo cojas. No ves que te va a morder! - "¡A  mi, seguro que no!" - Cogió a la sirena por la cola y se la tiró, en defensa propia, a su vecina que volvió a sentir, una vez más, el dolor agudísimos de los dientes de tiburón destrozándole la punta de la naríz - ¡¡¡Ay, ay ay, ay!!!  ¡¡¡Socorro!!!  ¡¡¡Me matan!!! - Pascualita estaba rabiosa y a la abuela le costó mucho desprenderla con lo cual la herida que dejó también fue mayor. Menos mal que el chinchón todo lo cura o por lo menos nubla el entendimiento y la Cotilla, a éstas horas no debía recordar qué o quién la atacó. La abuela, con la sirena en el bolsillo del delantal, acompañó a la vecina a su casa, con el ajetreo se le olvidó cerrar la puerta. Luego se quedó en el 4º hasta que la Cotilla empezó a roncar.

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