martes, 17 de enero de 2012

La modista ha llegado temprano con un paquete bajo el brazo. La abuela ha entrado en su cuarto con ella y allí se ha quedado después de irse la mujer. - ¿Puedo pasar? - "¡No!" - No sé a qué viene tanto misterio. ¿Y por qué Pascualita puede ver "lo que sea que haya que ver" y yo no?. Blas, el Parado, también ha madrugado - ¿Puedes decirle a tu abuela que ya estoy aquí? - Díselo tú - no estaba de humor para hacer de recadera. Finalmente la puerta del cuarto se ha abierto y la abuela ha salido ¡vestida de payesa!.- ¿A dónde vas así? - "A ses Beneïdas. Hoy es Sant Antoni... ¿Te gusta?" - Sí, pero... si no puedes andar y ¿a quién tienen que bendecir? - "A quién va a ser" - Me lo temía ¡Ésta loca es capaz de cualquier cosa con tal de salirse con la suya!. Miré disimuladamente el "acuario". ¡Estaba vacío!y el termo colgaba del cuello de la abuela. Apoyada en una muleta y el brazo de Blas, se fueron a la calle. Entonces pensé que algo no cuadraba, era una corazonada de esas que me hacen coger el teléfono y darle a mi jefe una excusa para no ir a trabajar: - La abuela está peor.- le dije mientras bajaba las escaleras de cuatro en cuatro (¡pa matarme!) -No puedo dejarla sola. - Aún tuve tiempo de verlos marchar en una vespa con sidecar. Corrí hacia la calle San Miguel y conseguí ponerme en primera fila cerca del estrado de autoridades. El desfile de personas y mascotas era interminable. Por fin ví llegar a la abuela, siempre apoyada en Blas y en la muleta, sonriente ante los piropos que le dedicaron el grupo de amigos del Funeral. Su cara, orlada por el rebossillo, se veía felíz. Blas llevaba en la mano una pecera con poca agua ¡vacía! lo que provocaba risas y comentarios sin embargo yo miraba el pecho de la abuela y allí estaba Pascualita, como si fuese un prendedor, sujetándose con las manitas a un ojal hecho a próposito para ello y ¡vestida de payesa! llevaba el mismo modelo que la abuela. Al llegar ante el cura éste se mostró perplejo al ver la pecera vacía pero ella, sonriente, le dijo: "Son muy chiquitines. Acaban de nacer" - Al recibir su correspondiente ración de agua bendita sacó pecho y muchas de esas gotas rociaron a la sirena. Algunas cayeron cayeron en su boca y no le gustaron nada, sintió asco y su cuerpo se arqueó mientras era sacudido por la náusea. Descubrió al culpable de aquello ¡el cura! y en un santiamén aterrizó en su cara y clavando los dientes en la naríz. Las gafas del pobre hombre salieron disparadas; el agua bendita y fresca, se volcó sobre el alcalde que miraba, despistado, al otro lado. En un momento todo el cuadro se descompuso. En el estrado todos saltaban, uno, dolorido, otro mojado y otros para evitar los pisotones y codazos de ambos. La abuela gritaba ¡Pascualita, Pascualita! Los municipales se miraban asombrados sin saber qué era lo que ocurría entre las autoridades. La procesión se había parado y las gentes reían de una situación cómica a sus ojos. Incluso la estatuilla del Santo, sobre la puerta de la antigua iglesia, sonreía.
Habituada ya a éstas cosas, salté como un rayo al estrado, tiré de Pascualita hasta conseguir arrancarla y arrancar a su vez, un trocito de naríz y salir por pies entre la gente que tenía concentrada toda su atención en el espontáneo espéctaculo.
A la hora de comer Blás aún preguntaba - ¿Qué ha pasado? - Afortunadamente, en las noticias de la tele, solo se me vió unos segundos y de espaldas - ¿Eres tú? - preguntó el hombre. En cambio a la abuela sí que se la vió bien, antes de que pasara nada, incluso la locutora elogió el traje y la originalidad de llevar prendido un broche luciendo el mismo modelo. Finalmente, pudimos comer tranquilas.

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