sábado, 7 de enero de 2012

Llevamos unos días tranquilas la abuela y yo, no así Pascualita que, en cuanto puede, muerde todo lo que pilla. Es como si tuviera los nervios desatados y hemos llegado a la conclusión de que las fiestas la desquician. Ella necesita seguir una rutina y no el trajín de ir de aquí para allá a la que la hemos sometido.
La abuela le habla constantemente, lo mismo le explica recetas de cocina que le lee los santos del nuevo calendario o alguna hoja del Diario que hable de tribunales. Le encanta este tema, la reconforta ver que la Ley es igual para todos y lo lee con calma, sin embargo no le pasa lo mismo con las secciones que hablan de  las subidas de impuestos, incluso de la subida de su pensión. Se pone roja como un tomate al leerlo  y repite hasta la saciedad ¡mentirosos, mentirosos!. En esos momentos vale más dejarla en paz.
Hemos salido a dar una vuelta aprovechando las calmas de enero. La plaza de España bullía de gente de todo pelaje: usuarios del bus, del carril bici, okupas, niños corriendo tras las palomas (¿serán descendientes de las que perseguía yo hace muchos años?... bueno, no tantos) paseantes ociosos, unos tomando el sol, otros disfrutando de una buena tertulia en los bancos o en las terrazas de los bares. Un hombre, cejijunto y mal encarado, vino directamente hacia nosotras. Instintivamente, la abuela se llevó la mano al termo desde el que Pascualita disfrutaba del paisaje. Al pasar junto a ella el hombre le dijo algo al oído que la demudó: - ¿Qué te ha dicho ese tipo? - "Que saben que no tenemos gato" - ¿Quién lo sabe? - "¿Y yo qué sé?... Esto no me gusta. ¿Piensas en la policía? - "¿En quién si no?" - Lo mismo los afectados se han unido en una asociación e investigan por libre - "¿Y cómo saben lo del gato?" - Piensa que entre ellos también hay policías y querrán ayudar a descubrir al "monstruo" - "Ay, pobrecita mía. Tan chiquitina como es ella y esta gente mala queriéndote hacer daño ¡No hay derecho a eso!" - La tensión de la abuela afectó a Pascualita y de un salto cayó al suelo de la Plaza. Nadie vió lo que caía pero sí que escucharon nuestro grito de sorpresa y muchos se volvieron a mirarnos. Un perro pequeño vino corriendo pero fui más rápida que él, aunque no vi venir a la paloma que, en vuelo rasante, atacó a la sirena que estaba en mi mano. Una y otra vez volvió para atacar y Pascualita se llevó unos buenos picotazos antes de que la abuela le diera un bolsazo al pájaro dejándolo atontado y sin ganas de repetir la experiencia.
Caminamos hasta la parada del autobús. Un coche se acercó y después de pitar dos veces, llamaron a la abuela - "¡Es Andresito! Nos lleva a casa" - No decías que ya no te caía bien - "Yo nunca digo estas cosas de alquien que tiene la cartera llena" - Por el camino nos informó de que su hijo seguía indagando sobre los pequeños y dolorosos mordiscos que, a veces, llegaban a su consulta y que le había insistido en que le gustaría conocer a su simpática amiga y a su nieta  - "¿A nosotras?" - dijo orgullosa la abuela - Sí, está muy interesado - "Vaya (dijo mirándome y guiñando un ojo) a lo mejor de esto sale un apaño para tí con el médico" - ¡Esta mujer no piensa en otra cosa!

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