martes, 6 de marzo de 2012

La abuela ha vuelto un poco achispada del acto que se ha celebrado en memoria del padre de Andresito. El hombre había dejado dicho que no quería funeral a su muerte y así ha sido, aunque no se ha librado de que la gente dijera - Vamos al Funeral a honrar al Viejo.

Hemos ido todas, Pepe incluído (al ser todas  "mujeres" salvo él, lo incluímos en el término TODAS). La abuela ha creído conveniente llevar a Pascualita porque, al fin y al cabo, fue la que le dió la última gran alegría de su vida. Gracias a su mordisco, el viejo vivó el espectacular renacer de su pequeño amigo, socio de tantas aventuras de cama a lo largo de su existencia y al que había dado por muerto hacía ya tiempo.

La fotografía del difunto, con pícara sonrisa, presidía el rincón de la cafetería donde nos reunimos. Nos acercamos para saludar a Andresito y a su hijo que estaban junto a ella. La sirena, que hasta entonces había permanecido tranquila en el termo, se agitó cuando vió la cara de Tutankamón ¡le reconoció! y eso hizo que se impulsara, con un poderoso golpe de cola, hacia él cogiéndonos por sorpresa. Hasta que no se estampó contra el cristal no nos dimos cuenta de lo que hacía. Patinó, medio atontada por el porrazo, hasta la mesa pero siguió tirando dentelladas tratando de herirlo. Afortunadamente, la gente estaba distraída con otras cosas y no se dieron cuenta. La abuela, en un movimiento muy rápido para sus años, se plantó delante del careto del muerto y yo, sin guante de acero con el que defenderme, tuve que arriesgar mi mano para coger al furioso bicho que no entendía por qué no se clavaba su dentadura en la carne hasta que lo hizo en la mía. Incluso mi grito quedó sepultado por el jaleo reinante - ¡Maldito bicho asqueroso! - grité. Andresito, que solo tenía ojos para la abuela, me miró cejijunto - ¿Tu nieta ha dicho maldito viejo asqueroso? -  Ella, que es incapáz de salir en mi defensa dijo - "Sí" - Mi rendido enamorado, al que le encanta todo lo que digo y hago, me miró embelesado - Tienes gracia hasta denigrando al abuelo - Como no podía retorcele el cuello a Pascualita porque, a pesar de todo, le tengo cariño, descargué mi dolor y mi rabia en la espinilla del Médico que me sonrió, rendido a mis pies, mientras dos gruesos lagrimones corrían por sus mejillas - Nadie patea con tanta gracia como tú - ¡Anda y que te vayan dando, zoquete! - le grité aunque solo me oyó él y me agradeció el "cumplido" con una sonrisa.

 En las mesas había muchas cosas para comer y beber. Algunos amigos, músicos aficionados, tocaron  el Mediterráneo, de Serrat y otros la cantaron. De eso se pasó a tangos arrabaleros que tanto le gustaban al finado. Las risas fueron subiendo de tono a medida que se recordaban anécdotas de su vida. Algunas mujeres confesaron que aún tenían cardenales en las nalgas por los pellizcos del viejo sátiro.

Los chascarrillos, la bebida y el buen ambiente reinante hicieron que hubiera muchas lágrimas...de risa. Fue una velada divertidísima. Contaron chistes muy subidos de tono en honor a la afición que el viejo tuvo toda su vida por el sexo. Eran tantas las risas que los clientes de la cafetería se fueron acercando para acabar integrados en la fiesta. Se bailó y bebió hasta que el dueño, temiendo una denuncia de los vecinos, nos obligó a terminar y marchar para casa.


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