sábado, 3 de marzo de 2012

La comida

He tenido que hacer de canguro de Tutankamón y no por gusto. La abuela sigue con la idea de ir a Londres y para esto Andresito tiene que aflojar la cartera y ¿qué hay que hacer para que eso ocurra? pues dorarle la píldora.

Celebró una comida para despedir a Blas e invitó a su novio, que no vino solo, cosa que nos incomodó aunque no dijimos ni pío. Hicimos un pequeño cambio en la mesa, que ya estaba dispuesta y la Cotilla aprovechó para sentarse cerca de Andresito pues tenía la seguridad de que, la vez anterior, había sido él quién le rozó la pierna. Por eso había comentado alguna vez que no hay nada como los amores clandestinos: - Esos que se sufren en silencio - dijo, poética, a lo que yo le contesté - ¡Igual que las almorranas! - ¡Nunca harás carrera de ésta nieta tuya! - gritó indignada.

El viejo estaba contento de cambiar de aires. Ya había metido mano a toda cuanta mujer había en la Residencia, directora incluída y le ilusionaba tener otras a tiro. A la mesa nos sentamos la abuela, Andresito, Tutankamón, Blas, la Cotilla y yo y dimos buena cuenta de una fabada riquísima, sobre todo el viejo. Hacía tanto tiempo que no probaba una comida tan contundente que rebañaba el plato una y otra vez - Pónme un poco más, mujer, que ésto lo paga mi hijo - La abuela se sonrojó de rabia - "¿Qué es lo que le cuentas a tu padre?... Cómo vuelva a insinuar que soy una mantenida le pongo la olla por sombrero, so momia!"

Sujeta a la lámpara del comedor estaba Pascualita que no se perdía detalle y había afruncido el ceño cuando la abuela se alteró. A Pepe lo habíamos puesto junto al salero. Las piernas-tentáculo del viejo empezaron a tantear la "mercancía" que había bajo la mesa redonda. Noté el roce de la zapatilla y metí bien las piernas bajo la silla. Blas dió un respingo y sonrió. Luego le tocó el turno a la Cotilla que se puso roja como un tomate y henchida de ilusión. Ya se veía en Londres en lugar de la abuela. Así transcurrió la comida hasta que, casi a los postres (una hermosa ensaimada rellena de crema que había traído Andresito) éste saltó, furioso - ¡Ya está bien, papá! (Blas y la Cotilla le miraron asombrados. Que ellos supieran, el viejo no había hecho nada) ¡Deja de tocarnos las piernas mientras comemos! - Las caras de aquellos dos eran un poema. Su gozo en un pozo; hasta el hambre perdieron jajajaja...

Mientras tomábamos el café llegó el Médico que venía especialmente cursi - Cariño (¿quién? ¿yo?) dame un poquito de ensaimada... no, en el plato no, pónmela en la boca - Le dí tal patada en la espinilla que se le fue el color de la cara. En aquel momento la Cotilla pasó el cuerpo sobre la mesa para coger la cafetera, y Tutankamón aprovechó la ocasión para tantearle un pecho - ¡Pero... quite, hombre. Será pulpo! jajajajaja...  - La abuela sacó el chinchón y todos tomamos unas copitas aunque el viejo tomó más porque se daba mucha prisa en  vaciar las copas que tenía más a mano. Poco después lanzó un último suspiro y quedó seco - ¿Se ha muerto? - preguntamos inquietos - Después de una pequeña exploración, el Médico dijo - Está durmiendo la mona...- y se despidió. Tenía que volver al hospital  y mirándome me dijo - Lo he pasado muy bien - Se marchó cojeando. En un minuto se vació la casa. De repente todos tenían algo que hacer y yo me quedé al cuidado del viejo mientras maldecía por lo bajo. - ¿No se queda? - le supliqué a la Cotilla que me miró extrañada - No, guapa, te dejo a Tutankamón todo para tí que necesitas una alegría, incluso más que yo. ¡A divertirse con el pulpo jajajajaja! - Afortunadamente durmió toda la tarde.

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