jueves, 8 de marzo de 2012

- "¡Mecáchis, que frío hace otra vez!" - Es lógico, aún estamos en invierno - "Ahora tendré que medicar a Pascualita..." - Déjala tranquila que está muy bien - "Ya, pero si me adelanto a lo que le pueda pasar..." - ¿Y qué sabes tú de las enfermedades de las sirenas? ¿Crées que se arreglan con una aspirina? - "¿Por qué no? Van bien para todo" -No le des nada. Ya le basta lo aficionada que la has vuelto al chinchón. Como se enteren los de la Sociedad Protectora de Animales nos correrán a gorrazos.

La abuela quedó extrañamente silenciosa, como si con ello me estuviera dando la razón pero yo tuve la sensación de que, en cuanto me diera la vuelta, haría lo que le diera la gana.

Unos días después la ví llegar contenta - ¿Has encontrado gangas en el mercado? - "Huy, no. Eso es tan difícil como que te toque el gordo de la Primitiva" - Entonces ¿a qué viene esa sonrisa?... Espera, no me lo digas... ¡Has pasado por una obra y los albañiles te han piropeado! - "No, no jijijiji... no es eso... Me habré acordado de algún chiste... No sé..." - Se fue a la cocina y me dejó con la palabra en la boca. Entonces me acerqué a la puerta y la oí hablar con la sirena - "El hombre me ha dicho que es lo mejor que hay para muchos síntomas, así que no te preocupes. Te daré un poquito por las noches y si te da sueño, mejor, dormirás más a gusto aunque tu no lo necesitas, duermes como un tronco jejejeje" - Pascualita miraba atentamente el frasquito que la abuela sostenía en la mano. Ahora que había arrinconado los celos hacia Pepe la abuela se lo ponía junto a la bañera rosa y a la sirena le gustaba sentarse sobre la cabecita de aquel ser anónimo. Abría mucho sus ojos saltones de pez y solo cuando la abuela acababa su sermon, hacía el signo OK con los dedos.

Mientras el sopor de la siesta me vencía, llamaron a la puerta - ¡Hola! - dijo la Cotilla - He encontrado al Municipal en el rellano y vengo a ver qué es lo que quiere - ¡Y a usted qué le importa! - ¡Mucho! - A ver, no discutan que me alteran los nervios. Vengo porque me han mandado que sino... ¿Ha comprado una medicina, o algo así, en la tienda de los chinos? - le dijo a la abuela - "¡Anda! ¿Cómo lo sabe?"  - Somos la policía, señora... Tiene que entregarmela - "¿Por la cara?" - ¡Es una órden! - "No se altere que aqui, las ofendidas somos nosotras,  nos ha interrumpido la siesta... ¿quiere un café?" - Lo que quiero es irme así que, deme lo que le pido y me largo - "Me ha costado tres euros" - ¿No querrá que se los pague? - ¡Pues sí (intervino la Cotilla) Es lo justo! - Al ver el dinero la abuela cedió y puso en manos del Municipal el frasquito - ¡Cuidado, que es muy peligroso!... Es  un veneno muy potente. Se usa para matar perros pero con una dósis más grande se podrían cargar a una persona ...  y estando en sus manos... no me extrañaría.

Cuando se fue no pude evitar un escalofrío - ¿Era una medicina para...? - ¿Para quién? (indagó la Cotilla) - "Pues, sí. Ya sabes lo que te conté" - ¿Qué contaste? - Para eso no se va a los chinos - ¿Para qué? - "Es más barato y como no tenía receta..." - ¿Quién está enfermo? - ¡Menuda suerte ha tenido! - ¿Quién? - "Mañana iré allí y me oirán" - ¿A dónde vas a ir? ¿Quién tiene que oírte? ¡Así no me entero de nada, coñe! - Empecé a disfrutar. Todo lo que fuese fastidiar a la Cotilla me parecía bien - ¡Te oirán como quién oye llover! - ¿Mañana va a llover? - "¡Pobrecita mía!" - ¡Quién es pobrecita! ¡¡¡Basta, basta!!! No habléis en clave que me mareo... ¿Quién es esa "pobrecita" de la qué habláis? - "Tú... ¿caso no estás helada, pobrecita mía?... ¿Nos tomamos un café y una copita para entonarnos?" - Vale, pero... creo que hablábais de otra cosa. - Tonta no es pero pesada... ¡una cosa seria!

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