domingo, 12 de agosto de 2012

Menuda nochecita de calor. Ni siquiera me ha consolado saber que los sevillanos tenían 41º porque las gotas me caían a mí... y a la abuela que, encima, no paraba de quejarse - "¡Así no hay quién duerma!... Tráeme un vaso de agua... ¡fresquita!... No, no es para mí, es para Pascualita, así se refrescará la pobre" - ¿Algo más? Estoy que me caigo de sueño... - "Sí. Vamos a sacar los colchones fuera... ¿Dónde los ponemos, en la terraza o en el balcón?" - ¡Donde quieras y acabemos de una vez!. Me estás poniendo nerviosa y no podré dormir. -

Después de arrastrar los colchones hasta la terraza, me dispuse a acostarme - "Creo que en el balcón pasa más fresquito... Vamos a llevarlos allí" - Pero... - Naturalmente, allí no cabían los dos colchones - "Huy, no, hija. No te pongas tan cerca que pareces una estufa... Pascualita no está acostumbrada a estas calorías. Volvamos a la terraza"

Casi toda la noche la hemos pasado en danza. Colchones por aquí, colchones por allá. Vasos de agua fresca. Abanicos en marcha. Ni siquiera la sirena ha podido descansar porque, cuando se dormía, a la abuela se le antojaba que tenía calor y la sacaba un rato de la pecera y al rato, vuelta a meterla dentro. El pobre bicho acabó sacando la dentadura de tiburón ¡No era para menos!

El día empezaba a clarear cuando nos dormimos, rendidas de tanto ajetreo. Y fue entonces cuando una voz conocidísima nos sacó, bruscamente, del mundo de los sueños - ¡Ah! Perdonad. ¿Estais durmiendoooo?... Que suerte tenéis con esta terraza tan hermosa. Si os acordaseis de los pobres me hubieseis podido invitar a dormir aquí porque me he pasado la noche en vela, mientras vosotras estabais fresquitas- ¡Váyase a hacer puñetas! - Cogí una maceta para tirársela a la cabeza - ¡Esa no (dijo la abuela) que le tengo cariño al ibiscus! ¡Toma este cardo borriquero! - La Cotilla salió corriendo rumbo a su casa pero a nosotras ya nos había desvelado. Finalmente hicimos lo más racional: irnos a la playa, meternos en el agua hasta quedar arrugadas y volver a casa cuando el sol aún no apretaba.

Pensé que con el susto que se llevó la Cotilla esta madrugada no la veríamos en todo el día pero, a la hora de comer, se presentó puntual como un clavo y ocupó la silla que había hecho suya. La abuela no dijo nada pero a mi el pollo me cayó pesado.

La sobremesa se convirtió en una larga siesta reparadora. Cuando nos despertamos apagamos el calor con unos helados - ¿No hay chinchón? - preguntó la vecina - ¡Ya lo creo! - Lo serví y brindamos - Para que nadie turbe nuestros sueños y si lo hace... ¡Se acabarán para siempre las comidas a costa del prójimo! - "¡Amén!... ¿Cotilla?... ¿no te he oído?" - A...a ... amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario