lunes, 18 de marzo de 2013

La Cotilla a venido a media mañana pensando que yo no estaba - ¡Avemariapurísimaaaaaaaa! ¡Voy a guardar estas velas en la despensa, ahora que no está la tonta de tu nieta! - gritó, mientras avanzaba pasillo adelante, como si en casa estuviésemos todas sordas. De fondo se oyeron las risas de la abuela - ¡Alto ahí! Se le ha acabado el chollo porque, a ésta tonta (dije señalándome) le da la gana. - Siguió andando, como si no me hubiese visto u oído, hasta la cocina. - ¿Qué hace ésta aquí? Anda, pónme un chinchón para quitarme el susto.

La abuela estaba limpiando las muletas que le había dejado la vecina el día que se puso unos tacones de vértigo. Para no desmerecer con ellas, las pintó con purpurina dorada, les pegó unas cintas negras que colocó en espiral a lo largo y triunfó con semejante glamour en El Funeral. Según dice, ha marcado tendencia porque algunas de las parroquianas la han imitado, necesiten o no, muletas. - "Estoy metida en faena, así que sírvete tu misma" - ¡Ni hablar! Hasta que no me diga porque deja las velas aquí no hay ni licor ni comida. - ¿La estás oyendo? ¡Que cruz tienes con ella! Hitler la hubiese querido para su Gestapo ¡bicho, que eres un bicho! ¡Me quiere dejar sin comer!... Por cierto ¿que vas a hacer hoy? - "Pollo al horno con patatitas, verdurit..." - ¡Vale, vale. Me has convencido!...  (bajó los ojos y adoptó el gesto más inocente de su repertorio) Es que... como no puedo demostrar que he comprado esas velas... si viene la policía a mi casa prefiero que las encuentren aquí... - ¡Será borde! - Me está faltando al respeto (lloriqueó a la abuela) ... Y...traigo una foto de mi santo Patrón... Luis Bárcenas... ¿Te importa que le haga un altarcito sobre el aparador? - Yo no salía de mi asombro - ¡Pero... pero... pero...! (el infarto estaba próximo) - La abuela dejó las muletas, le dio a la Cotilla un trapo de limpiar el polvo y dijo: - "Toma, ves limpiando el aparador pero primero, moja el trapo en el agua de la bañera rosa y escúrrelo bien" - La Cotilla estaba encantada y yo también aunque por deferentes motivos.

Muy ufana, la vecina sumergió el trapo hasta el fondo, lo sacudió y con mucha parsimonia y sin dejar de mirarme con guasa, lo escurrió. A todo esto Pascualita ya se había despertado y ¿qué hay peor que una sirena arrancada de su sueño reparador? ¡Nada! Como una furia salió a la superficie y escupió agua envenenada a los ojos de la primera que encontró: La Cotilla. Y mientras ésta iniciaba su danza dolorosa con carreras, gritos y llantos, la sirena, que había saltado sobre ella, clavó sus dientecitos de tiburón en uno de los flácidos pechos de la mujer.

Agotamos la botella de chinchón, a la que aún le quedaban 3/4 de litro de líquido, pero borramos de su cerebro el más pequeño recuerdo de lo que le había sucedido.

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