miércoles, 10 de julio de 2013

El señor Li ha venido cargado de bolsas de su restaurante. Menos mal porque mi comida, además de aburrida, no es muy comestible. Así que le hemos echo una fiesta cuando ha entrado en casa y en un santiamén hemos acabado con sus menús.

Le ha extrañado porque no era mediodía pero, por otro lado, se ha sentido muy alagado con nuestras exclamaciones: - "¡Que bueno!" - ¡Que rico! - ¡Fantástico! - ¡No he comido nada igual! - Quizás por eso se ha decidido a pedirle un "glan favor" a la abuela - Me gustalía pedil algo - "¿Qué puedo hacer por usted?" - Dalme dilección de su suministladol de gambas goldas" - "¿Eh?... Pues, suelo comprarlas en las pescaderías del mercado..." - No, no, no. Esas no... Unas especiales que, a veces, tenel usted en esta casa.

La Momia, que no sabía de qué hablaba y le preguntó a la Cotilla - Este hombre está equivocado. No es una gamba. Yo misma la he visto varias veces ¡y da miedo! (la vecina se santiguó) Es el alma en pena del anterior marido de su futura nuera pero como el señor Li tiene otra cultura, no se entera. Cada vez que la ve se la quiere comer. - ¿A alma en pena? ¡Que horror! - Si, es un horror porque ella se enfada y ataca al primero que pilla, que suele ser a mí (volvió a santiguarse) Pero el chino sigue está empeñado en comérsela.

Esto me dio una idea y fui a por Pascualita. La sirena dormía a pierna suelta entre las algas del fondo, así que me puse el guante de acero y la cogí con brusquedad. Los ojos de pez cobraron vida y me taladraron mientras sus dientes de clavaban con fuerza en el guante de carnicero.

Al entrar en el comedor, la abuela y el señor Li seguían porfiando y estaban a punto de perder las formas. - Yo sel amable y tlael comida y usted no decil lo que yo quelel sabel - "¡Pero si no hay más gambas que las de las pescaderías. Tanto si son gordas como si no. Jopé con el chino, es que no se entera! - ¿Es que sel mistelio? - "¡Qué misterio, ni que narices! ¿Se lo digo en arameo o qué?" - Mi futura nuera sabe arameo (preguntó, maravillada, la Momia) - Arameo y lo que haga falta. ¡No sabe nada, la tía! Se llevan una joya, señora... es mi amiga y no me gustaría perderla ¿verdad que podré venir a comer a su casa algunos días? - ¡Cada vez que quiera! Faltaría más, mujer. - Entonces la Cotilla chilló y me señaló. Todos se volvieron hacia mí - ¡El alma en pena! gritó la vecina, asustada al ver a Pascualita en mi mano. - ¡Gamba golda! dijo el señor Li al tiempo que se avalanzaba sobre mi para cogerla. Entonces se la tiré con fuerza y Pascualita acabó agarrada con los dientes y su rabia, a la naríz del chino ¡Y se armó el jaleo!

Más tarde, mientras el señor Li dormía después de haberse bebido casi una botella de chinchón para calmar el dolor y dejar en el olvido lo que había pasado, nosotras saboreábamos un café y unas copas. Las enfermas ya solo tenían cuento. Es verdad que aún se arrancaban pellejos quemados unas a otras pero ya estaban bien. La Momia sentía tener que dejarnos - Lo he pasado muy bien aquí... ¡Si hasta tenéis un alma en pena! Y yo, con mi dinero, no tengo ninguna. (volviéndose a la abuela la consoló) El mundo está mal repartido, tu deseas un bisnieto y no lo tienes, yo deseo un alma en pena y no lo tengo. Al final todo se reduce en que debemos conformarnos con lo que nos ha tocado en suerte.


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