martes, 10 de septiembre de 2013

 La abuela se ha levantado como una rosa y eso que vino tarde y dando tumbos. Al despertarme, toda la casa olía a pan tostado - ¡Hum, que aroma más delicioso! - Mientras desayunábamos me contó que, debido a la sorpresiva fiesta de ayer, la gente no sabía qué hacer ni a donde ir, así que El Funeral se llenó antes de lo habitual. Y estuvieron jugando al bingo. - "Sé de centros de la 3ª edad que batieron el record de permanencia en el club jugando al bingo. Incluso comieron allí para no perder tiempo. Acabarían con el culo cuadrado" - Me imagino... ¿qué hicisteis vosotros? - "En lugar de premios en metálico, los que ganaban elegían el baile que querían bailar y siempre se les agregaban otras parejas" - Estuvisteis modositos - "Sí, hasta que mi suegra propuso un cambio" - ¿Estaba la Momia? - "Se está haciendo asídua... Jugamos al bingo-sex. El que ganaba se quitaba una prenda" - ¡Pero, bueno! ¿A vuestra edad? ... ¿No me digas que hubo quién se quedó en cueros, por favor? - "Pues sí. Al final estábamos en cueros todos jajajajaja" - ¡¡¡Abuela!!!

Pascualita, viendo que no le hacíamos caso, saltó a la mesa de la cocina, se aupó a mi taza de cola cao y se dio un buen baño en ella - ¡Ya estamos otra vez! ¡¡¡Quita de aquí, bicharraco!!! - Antes de que pudiera cogerla entró la Cotilla - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaa! Si yo tuviese una nieta y me llamara bicharraco, ahora mismo ya estaría sin dientes ¡Que cruz tienes con ella! - Entonces, la sirena dio un coletazo y salió despedida hacia la taza de café con leche de la abuela y puso perdida a la vecina que estaba al lado. - ¡¿Quién me ha salpicado?! - La abuela y yo nos miramos con caritas inocentes - "Cotilla, hija ¿estás bien?" - ¿Pero... no ves como me habéis puesto? - Yo no me he movido. - "Yo tampoco" - Mientras discutíamos, Pascualita se zambulló en mi taza y hubo cola cao por todo el vestido de la Cotilla - ¡Otra vez!... ¡Mirad como voy! - Hecha una pena (dije, aguantándome las ganas de reir)

- He entrado limpia en ésta casa, o sea, que me he manchado aquí ¿no? - Ah, no sé. - Ya me estáis pagando la lavandería - "No tengo ninguna obligación moral" (dijo la abuela, muy digna) - ¡Ahora mismo os pongo una denuncia como una catedral! - Y salió echa una furia. Antes de cerrar la puerta tras de sí, preguntó - ¿Qué hay para comer? - "Frito de cordero"

El Municiopal, bastante molesto, interrogaba a la Cotilla - ¿Usted ha visto que le tiraran los líquidos? - Ya te he dicho que no. Pero eso no quiere decir nada... - Si no lo ha visto, no puede acusarlas. - ¿Quién me los iba a tirar entonces? - Con la de cosas raras que pasan aquí, cualquiera sabe...

Mientras discutían, yo trataba de encontrar a Pascualita. Había desaparecido después de desayunar y a saber bajo qué mueble estaría escondida... Hasta que me dio por mirar arriba ¡Allí estaba! colgada de la lámpara y justo encima de la vecina. Tragué saliva. La abuela también la vio y no se le ocurrió otra cosa que hacerle la señal de OK. Entonces Pascualita saltó, segura de que su amiga estaba encantada de que lo hiciera, y se perdió entre la maraña de pelos colorista de la Cotilla. Un segundo después, en aquella cabeza se armó un zipi zape y vimos volar mechones mientras un pequeño pero furioso tornado, enmarañaba el cabello.

La Cotilla lloraba y pataleaba y cada vez que intentaba arrancarse el bicho, recibía un doloroso mordisco. Empezó a correr arriba y abajo del piso, gritando como una loca. El Municipal la siguió hasta la puerta de la calle, la abrió y se largó con el rostro desencajado. Cuando por fin pudimos cogerla, le dimos el infalible chinchón para que lo olvidara todo y pudimos ver, tranquilamente, la Vuelta a España.


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