jueves, 10 de octubre de 2013

Ha ocurrido un hecho inusual. La abuela me ha invitado a ir al El Funeral... Al principio pensé que hablaba con Pascualita y me dio la risa pensando que tendría que llevarla en una olla, por lo menos, porque está tan rolliza que ya cabe en pocos sitios. ¡Menudos mofletes tiene! Lo malo es ahora no sé cuando los tiene hinchados por gorda o por tener la boca llena de agua envenenada. Así que me paso el día quitando y poniéndome las gafas de sol porque no me fío un pelo.

Sobre las 7 de la tarde hemos salido rumbo a la cafetería. Pensé que nos vendría a recoger Andresito y me he puesto unos tacones altos que me compré para satisfacer un capricho pero no llevo nunca por temor a partirme un tobillo... o los dos. Íbamos hechas un pincel. Debo decir, aunque me de rabia, que los tacones de aguja de la abuela son más altos que los míos y ni una sola vez, ha dado un traspiés. Camina recta como un palo y el vuelo de su falda se mueve al compás de sus caderas, lo justo para no parecer chabacano, a pesar del vestuario que gasta. Yo iba cogida de su brazo y con la otra mano me apoyaba en la pared, en los coches, en los árboles... en lo que pillaba.

Llegué a la cafetería sudando a mares, con el rimel corrido y los pies hinchados. Cuando el camarero preguntó que qué queríamos, estuve a punto de decirle: una palangana de agua fresca. - Los compañeros rodearon a la abuela hablando todos a la vez de cosas distintas. Fue Conchi quién se fijó en mí - ¿Por qué te has traído a ésta? - "Porque es Santa Paganini y tengo que tenerla contenta" - ¡Que espíritu de sacrificio tienes, hija mía!

Durante el cotilleo bebieron como cosacos, después vino la merienda-cena a base de pinchos; luego jugaron al bingo. La abuela condescendió a que jugara yo también siempre que las ganancias las repartiéramos a partes iguales, aunque pagaba yo. ¡Menudo negocio hago con ella! Finalmente bailaron mientras yo los miraba desde la silla porque me había quitado los zapatos y ahora no me entraban. Le dije que no a un hombre que se me acercó y pensé que venía a sacarme a bailar cuando, en realidad, lo que quería era saber si le dejaba la silla para sentarse un ratito. ¡Que vergüenza pasé!

A la vuelta volvimos en el coche de Andresito ¡a las 3 de la madrugada! porque la noche no acabó en El Funeral. Subí a casa con los zapatos en la mano dispuesta a tirarlos al cubo de la basura y luego ¡dormir! ... Unos timbrazos me levantaron de la cama, a oscuras. Cuando estrellé el meñique del pie contra la pata del taquillón de la entrada, maldije en arameo mientras abría la puerta. La Cotilla entró como una exhalación - ¡Con las prisas se me ha olvidado la llave! Déjame un sitio en tú cama. En la mía no puedo dormir porque al colchón se le ha salido un muelle... - ¡Pero... pero... pero...! - ¡No puedo comprarme otro con las cuatro perras que cobro!... ¡ah! y procura no roncar.

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