martes, 22 de octubre de 2013

Voy a rastras por la casa. Tengo los pies molidos y el cerebro cuadriculado ¡No aguanto más! Me gusta ir a comprar como a todo el mundo pero ir con la abuela es una agonía... Se ha empeñado en que la acompañe al mercado de buena mañana. Los payeses aún estaban colocando los puestos. - ¿Por qué no vienes más tarde tu sola? Me da la impresión de que estamos molestando a ésta gente. - "¡Que se levanten más temprano!" - ¡Más todavía!...¿Qué tienes que comprar? - "Peras... Mira, aquellas parecen buenas... - Veinte minutos más tarde nos apartamos del puesto, dejando a una dependienta cabreada para todo el día y sintiéndome como un gusano mientras la abuela, cargada de razón, se dirigía a otra de las paradas.

- Creo que me iré a casa. No soportaré otra "representación" como la que acabas de hacer. - "¿Qué pasa?" ¿Es que tú te quedas con lo primero que te dan? ¡Hay que trabajárselo! Si yo quiero un determinado racimo de uva, no tienen porqué darme otro" - Solo te han dicho que no lo cogieras. - "¡Pero si lo voy a pagar!" - ¡O no! que le has hecho cambiar cuatro veces de racimo a la pobre mujer, por cabezonería ¡Si no se puede tocar el género, pues no se toca!... ¿Y las peras? ¿no has dicho que te gustaban? - "Sí, porque no las había visto bien" - Te las ha enseñado, has dado el visto bueno, las ha pesado y entonces has dicho ¡Quítamelas. No las quiero! ¿cuántas veces lo has dicho?  ¿Te parece normal? - "¡Huy, cuanto tienes que aprender!"

Una hora después hemos vuelto a casa. Yo cargada como una mula y más enfadada que un mono. - Si tu fueras la carnicera y una clienta te rechazara los bistecs, después de haberlos cortado porque habías dicho que eran guapísimos ¿qué harías? - "¡Se los llevaría la clienta, faltaría más!" - Sin embargo tú no lo has hecho ¿Has visto la cara que ha puesto la mujer? - "No es lo mismo. La carnicera es amiga mía. Le compro hace muchos años" - Sí, ya me he dado cuenta de que, en cuanto te ha visto, ha afilado el cuchillo" - La abuela me miró, intrigada - "¿Qué quieres decir?"

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaa! Traigo cemento. Estaba tirado en una acera y he llenado unas bolsas. ahora iré a por más ¡Toma! (le dijo a la abuela) te regalo una, las otras te las vendo. - Las bolsas en cuestión eran de medio kilo, más o menos. - "¿Qué hago yo con eso?" - Para cuando arregles el cuarto de baño. - "Es muy poco" -  ¿Cuántas quieres? - Abuelaaaaaa, cuidado con la vecinaaaaaaaa - ¡Que agonías es ésta chica! ¡Que estamos en crisis, mujer!

- Usted es como los grandes empresario, los grandes banqueros y el gobierno. - ¿Yoooooooo? ¡A mí no me insultes! - Con el cuento de la crisis, se benefician de lo que no es suyo. - ¿Si lo dices por los cepillos de las iglesias, vas equivocada? Es la casa del Padre y lo que hay en su casa es de todos sus hijos. - "Tiene razón la Cotilla"

Harta de oírlas, me acerqué hasta  la pila bautismal donde Pascualita estaba en el fondo, medio tapada de algas. Entonces me acordé de que no había comido "cosas ricas" de esas que alimentan los michelines y le dí una hermosa sardina, rolliza y fresca, que había comprado la abuela esa misma mañana después de hacerle vaciar y llenar tres veces la bolsa a la pescadera. En cuanto la sirena la vio, saltó hacia arriba como un delfín, sacó la dentadura de tiburón a pasear y límpiamente, me la arrebató de las manos. ¡Menos mal que no se me levó un dedo! Era tal el hambre que tenía del bicho que lo devoró en un santiamén mientras el agua parecía hervir con sus coletazos. La verdad es que da miedo verla. Ahora se lo que les pasaba a los pobres marinos que caían al mar, victimas de los cantos de las sirenas. ¡Ni un pelo debía quedar de ellos!

Sobrecogida por estos pensamientos no fui capaz de esquivar el pescozón de la abuela. Debió verme cuando me llevé la sardina y me atacó por la espalda. Del golpe caí de bruces en el agua y antes de poderme levantar, sentí como me clavaba los dientes en la nariz, la desagradecida de Pascualita. Ahora tengo la cara hinchada, los ojos medio cerrados y dolor de cabeza, más las heridas del tirón que dio la abuela para arrancarme a la sirena, pero he sacado fuerzas de flaqueza y aquí estoy otra vez, delante de la pila bautismal, mientras la fiera me mira y hace la señal de OK con sus deditos, para lanzárle un desafío: ¡Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos!... ¡Ay, ay, ay, ay, que doloooooooooorrrrrr!

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