domingo, 24 de noviembre de 2013

No he dormido en toda la noche pensando en el sarcófago que hay debajo de la cama de la abuela. Me da repelús. Además hay que devolverlo sin que la trinquen. Como no quiero pasar otra noche así le he dicho a la abuela que se lo lleve antes de que yo vuelva del trabajo. - "Come y calla. Está muy bien dónde está y además no pide pan" - Que se lo lleve tu suegra. - "Mira que eres pesada. Ahí dentro no hay nadie" - Pero lo hubo. Y ese espíritu estará muy enfadado buscando su lugar de descanso y como lo encuentre en casa se nos va a caer el pelo.

No me hizo ningún caso y siguió mojando galletas de Inca en el café con leche - Abuela ¿por qué metiste a Pascualita en el sarcófago? - "Para asustar a la Cotilla" - Eso es una tontería. - "Para asustar a su dueño" - ¡Eso sí que me lo creo! Tu también tienes miedo. - "Mira como tiemblo!" (dijo sacudiendo las manos) - Ahí dentro debe haber una maldición escrita... - "Pero como no lo sé... ojos que no ven, corazón que no siente"

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué hay para comeeeeeeer? ¿No será mojama, verdad? jajajajajajaja - ¡Chist! No diga más tonterías. - Huy, que miedoooo jajajajajaja ¡Que tonta, que tonta! - Mientras comíamos, la abuela nos dijo que cuando su suegra le contó su ilusión por descansar eternamente en un sarcófago, pensó que era mucha casualidad que en esos momentos hubiera en Palma una exposición sobre el Antiguo Egipto. Ella no cree en las casualidades sino en que las cosas pasan porque tienen que pasar. El sarcófago estaba aquí para que ella lo cogiera. Y así lo hizo. Una tarde, estando el Gran Hotel repleto de gente mayor y niños chillones, que no paraban quietos en un sitio, se llevó un pedrusco en el bolso y rompió un cristal de la vitrina. ¿Quién iba a sospechar de una viejecita asustada? La bronca se la llevaron los niños y ella se llevó el sarcófago echándole un poncho por encima. Con el jaleo nadie se fijó en ella saliendo con paso tembloroso, a la calle. En cuanto dio la vuelta a la esquina cogió el primer taxi que encontró. El taxista abatió el asiento delantero para colocar un cuadro apaisado, de tamaño natural, del marido de su pasajera de cuando era joven vestido de militar. Y cuando él comentó que era muy grueso, la mujer se hizo la sorda.

De repente oímos un chapoteo. Pascualita se estaba poniendo nerviosa. Era la hora del café y la ronda de copitas de chinchón y quería su dosis - ¿Habéis oído? - "No hagas caso. Ya sabes que es mi marido" - Fui en busca de la sirena y quedé paralizada de miedo al ver una sombra paseándose por la pared. Era una figura humana con una falda corta - ¡Ay, Dios mío! ¡Nos ha encontrado! ¡¡¡Abuelaaaaaaaaaaaaaaa!!! - Cuando las amigas llegaron a mi lado quedaron petrificadas y no era para menos porque ahora eran dos las sombras que recorrían la pared, la última de un fraile. Pascualita, nerviosa quizás por mi propio nerviosismo, me clavó los dientes en la mano con furia. Después de arrancármela la tiré con rabia a la pila bautismal y la vi meterse, rauda, en el barco hundido. La sombra del fraile se acercó despacio a la milenaria pila bautismal... ¿Era para sentir miedo... o no?

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