miércoles, 22 de enero de 2014

Creía que cuando la abuela se casara, a parte de comer muy mal, viviría tranquilamente en mi casa, sin sobresaltos ni vecinas metementodo dándome la vara todos los días. Pero no ha sido así. Apenas habían puesto las calles, he oído su consabido - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! ¿aún estás en la cama? Como sigas así vas a coger na depresión como un castillo de grande. No puedes pasarte la vida sola - ¡Váyase a hacer puñetas, Cotilla, que son las siete de la mañana!

Al final me he levantado porque la he visto con intención de meterse en mi cama. Me ha seguido hasta el cuarto de baño, se ha quedado en la puerta mientras seguía hablando - Mientras tu abuela solo se ocupa de ella yo me preocupo por ti y te he traído un animalito para que te haga compañía... - En la cocina, desayunando (ha sido la primera en sentarse esperando su café con leche) ha seguido dándome palique - Es muy cómodo porque no tienes que pasearlo y te ahorras comprar una correa. - ¡¡¡Nofff quekffff!!! - Dije, rabiosa y con la boca llena mientras regaba la mesa y a la vecina con trocitos de pan migado - No hace falta que me des las gracias, mujer - ¡Que no quiero ningún bicho en esta casa! Ya tengo suficiente con usted. - Pero yo no estoy aquí todo el día y he pensado que un animal de compañía te animará.- Era como hablar con una pared.

Del bolso sacó una cajita y me la dio. - ¿Qué es esto? - El animalito del que te he hablado. Está dentro. - Pues sí que es pequeño. - Pequeño pero eficaz. Ya lo verás. - Siempre me han gustado las sorpresas y no me pude contener. Además, no era ni un perro ni un gato. La caja era demasiado pequeña. Así que la abrí ¡y la tiré por los aires mientras corría despavorida huyendo de ¡¡¡un dragón!!! - ¡¡¡La madre que la parió, Cotilla!!! - Pero si se come los mosquitos... - ¡¡¡Lléveselo de aquí ahora mismoooooooooooooo!!!

A saber dónde fue a parar la dichosa lagartija. No la encontramos aunque debo reconocer que yo la buscaba desde lejos y con la escoba (para defenderme) en la mano. La Cotilla se llevó un disgusto por el desprecio que, según ella, le había echo y yo tiemblaba cada vez que, de reojo, veía moverse algo. Para tranquilizarnos nos tomamos unas copitas de chinchón. Ya más calmadas, la vecina se encaró conmigo llamándome miedica y no sé cuantas cosas más. Y yo la llamé entrometida.

Ahora no me aburro porque estoy siempre pendiente de por dónde me saldrá el dragón. Y tendré que comprárme un gato para que lo cace. Si Pascualita estuviera en casa lo cazaría ella pero... ¡Ay, no no, no! Me imagino a la siena comiéndose el bicho sangrante ante mis ojos y me entran los siete males... - ¡Cotilla. Otra copita, por favor o acabaré con pesadillas.

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