sábado, 18 de enero de 2014

En enero no paramos. Vamos de fiesta en fiesta ¡y que no decaiga! Tenemos  a Andresito de chófer y nos lleva a los pueblos a ver los Dimonis. A la abuela le encanta que la persigan y que le suban las faldas. Estos días no lleva pantalones - "Los tengo todos para lavar" - le dijo a su marido cuando se lo comentó.

Tengo el estómago que me arde después de comer las espinagadas de Sa Pobla. Hemos disfrutado escuchando glosses en todos los sitios. Y viendo el color verde en las camisetas de mucha gente. Mi pobre abuelito ha tenido que sacrificarse y no beber nada que lleve alcohol porque, como le dijo su mujer - "Tienes que conducir. Ya beberé yo por ti"

Los demonios salieron anoche del infierno y se pasearon haciendo de las suyas. Saltando y asustando con sus fuegos a los pobres mortales que intentábamos escapar de las chispas. Durante la jarana perdimos a la abuela, menos mal que quién llevaba colgado el termo de los chinos, era yo. Aunque tuve que defenderlo con uñas y dientes de las garras infernales que creían que estaba lleno de bebida. Tan pesado se puso el demonio que el abuelito me aconsejó que se lo diera - ¡No puedo hacerlo! - ¿Por qué no? - ¡No me lo permite mi religión! (grité aunque pensé que con el jaleo no me oiría. El abuelito no lo sé pero el demonio sí y junto con otros, pidieron hacerse de mi congregación. Fue muy difícil despistarlos pero lo conseguí gracias al humo espeso que llenaba el paseo.

Hacía un buen rato que el grupo de demonios había pasado de largo y la abuela seguía sin aparecer. Desandamos el camino, mirando en todos los bares abiertos y no estaba en ninguno. Hasta que las nubes de humo denso de las antorchas, se fueron aclarando y vimos una pareja desigual: un demonio de dos metros de alto abrazado a una mujer de metro y medio, apoyados en el tronco de uno de los árboles de la Rambla. Poco después, cogidos de la mano, vinieron hacia nosotros - "¡Mirad que he encontrado! ¡¡¡Mi Demonio favorito!!!" - La cara de Andresito era un poema y sentí que se me  encogía el corazón. - No se lo tengas en cuenta, abuelito. - El Demonio estaba de muy buen ver, todo hay que decirlo y no me extrañó que sintiera celos de él. En un segundo pasó por mi mente la idea del divorcio y yo no podía consentirlo ¡Estaba en juego la Torre del Paseo Marítimo! Estos dos merecían un escarmiento - Me acerqué a ellos agitando el termo de los chinos. Pascualita debía estar frenética. Quité la tapa y dejé que la sirena se vengara en los labios y la nariz del "demonio" cuya máscara solo le cubría la parte alta de la cara. Sus gritos y saltos fueron jaleados por la gente que aún poblaba la Rambla. Nunca habían visto un baile infernal, propio de un akelarre, tan real.

Pascualita estaba muy enfadada y cuando la abuela intentó arrancarla se volvió contra ella y también la atacó. Fueron muy aplaudidos y se pidió para ellos el primer premio ... de no sabíamos qué.  

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