martes, 15 de abril de 2014

He dormido mal esta noche. Y todo por culpa de la Luna roja anunciada a bombo y platillo, debido a un eclipse que no vimos ni la abuela, ni la Cotilla ni yo. Y eso que subimos al terrado de la finca para no perdernos nada.

El eclipse me la traía al pairo pero la Luna roja... ese era otro cantar. En seguida me vino a la mente la horrible figura del hombre-lobo... o del vampiro repeinado que arrea unos mordiscos más bestias que los de Pascualita... Me entró miedo en el cuerpo y no estaba a gusto allí arriba. - Me voy a casa - dije a la abuela. - "Vale. Cuando subas tráete a quién tu sabes" - Voy a quedarme allí. - "Subela y ya está" - Es que no quiero volver a subir. - "Pues no subas, pero tráela" - ¿Es que no te enteras? - "¡La que no se entera eres tú!"

La Cotilla nos miró - ¡La Luna roja hace estragos en vuestro cerebrooooooooo! - "En el de mi nieta ya no puede. Está muerto" - ¡Se está adueñando de tiiiiiii! - ¡Calle, Cotilla! - Y corrí escaleras abajo.

Pascualita nadaba, tranquilamente, en la pila bautismal y pensé en el recado de la abuela - Está fresca si cree que voy a subir otra vez - Entonces la sirena me sonrió y los pelos se me pusieron como escarpias porque riendo es más fea aún. Y en ese momento la Luna roja (que yo había visto amarilla hasta ese momento) se asomó a los cristales del balcón y su sonrisa fue aún más terrorífica que la de Pascualita. Y corrí de nuevo, escaleras arriba, hasta el terrado con la sirena en el bolsillo. La Cotilla al verme, dijo - Acaba de desprenderse algo de la Luna y viene hacia aquí - ¡No diga tonterías! - El Hombre de la Luna se ha cansado de vivir soloooooo (ponía voz tétrica) y viene en busca de una viiiiiiiiiiiiiirgen... Bueno, de eso ya no queda pero... ¿y si viene a por tíiiiiiiiiiii, alma de cántaroooooooooooooooo?

Se me puso la carne de gallina y antes de que el miedo me paralizara, di media vuelta para volver a la escalera. Entonces, en el umbral de la puerta, apareció una sombra alta, con una capa que ondeaba al viento como una bandera siniestra y una pesada mano se apoyó en mi hombro. ¡¡¡Y grité!!! ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh!!! - ¡¡¡Calla ya, coñeeeeeeeee!!! Con tanto jaleo no dejáis oir la tele a nadie. - La abuela, que no paraba de reír le dijo a la vecina del ático que no era para tanto. Pero ella gritaba que era para eso y más mientras se colocaba el chal con el que se tapaba el camisón. La Cotilla se metió en la discusión y los gritos subieron de tono. En un santiamén el terrado se llenó de vecinos. De repente la del ático atacó a la abuela y se armó la marimorena. Afortunadamente solo nos alumbraba la luz de la Luna y nadie vio a Pascualita saltando de cabeza a oreja, de oreja a nariz, de nariz a ojos, de ojos a labios. Los gritos, carreras, lloros y saltos se multiplicaron y tuve miedo de que el suelo se hundiera bajo nuestros pies. Así que arranqué a Pascualita de donde estuviera cogida y bajé las escaleras de cuatro en cuatro.

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