viernes, 13 de junio de 2014

Mientras desayunaba le iba dando pequeños trocitos de pan tostado con aceite y tomate a Pascualita que se los comía a la velocidad del rayo. ¡Que saque tiene este bicho! Despistada, hice lo mismo con Pepe pero no ha cogido ni una, cosa que ha aprovechado la sirena para ponerse las botas.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaa! - Menos mal que la Cotilla no ha perdido del todo la buena educación y se anuncia cuando entra. Así me da tiempo a tirar a Pascualita al orinal decimonónico aunque, a veces, no atino a la primera y la pobre se escogorcia contra la ventana, si está cerrada. Pero ahora, con el calor, la tengo de par en par y ha salido disparada a la calle. -¡Huy!

- Acabo de encontrarme con el tiquismiquis del vecino de arriba y... ¿dónde vas a éstas horas? - ¡Eso mismo le iba a preguntar a usted! (le grité mientras corría por el pasillo a buscar a la sirena) - Al llegar a la calle no la encontré. Vi un perro que corría hacia la esquina y lo perseguí pero lo único que quería era echar una meadita y no llevaba nada en la boca. Un jubilado, con la barra de pan bajo el brazo, se agachó a coger algo y me acerqué a él - ¿Le ayudo a buscar lo que ha perdido? - Gracias, guapa. Pero ya tengo los cinco céntimos.

Me estaba poniendo de los nervios. Oí un maullido sobre mi cabeza. Había un gato subido al árbol que está justo debajo de casa. Le vi en posición de ataque y sin pensármelo dos veces, le tiré una piedra. Acto seguido me llevé un capón. La dueña del gato no se andaba con chiquitas. - Creo... que quiere comerse una cosa que es mía. - ¿Tienes tus cosas en los árboles, gamberra?

Estaba desesperada. No veía a la sirena por ningún sitio. El chillido de una mujer llamó mi atención . Una rata grande se metía en una cloaca cercana. No lo dudé, me quité un zapato y le acerté en la cabeza. Quedó atontada y recibió una patada mientras le gritaba, histérica perdida ¡¿Dónde está Pascualitaaaaaaaaaaaaaaaaaaa?!

El Municipal, que pasaba por allí, se acercó temeroso - ¿Qué... te pasa? ¿Otra vez tu... abuelito? - La Cotilla apareció a nuestro lado - Será el calor que la está volviendo más tonta de lo que ya es. - Al poco rato llegó una ambulancia con la sirena sonando a toda pastilla, me subieron a ella, cerraron las puertas y salieron pitando. A la Cotilla le había dado tiempo a subirse y me miraba preocupada mientras yo gritaba - ¡¡¡ Soltadmeeeeeeeeeeee!!! - No te preocupes, hija. En el Manicomio estarás bien... Por cierto, mira lo que he encontrado en un rincón de la ventana de tu casa (¡Y me enseñó a la sirena!) ¡Una gamba gorda! El señor Li será feliz cuando se la dé... a cambio de algo, claro. - Se la quité tan deprisa que no supo que había pasado - ¡¿Dónde está la gamba?!

Al llegar al Manicomio la Cotilla había pasado a ser la paciente y yo la acompañante. Iba tendida en la camilla y tenía un pañuelo en la boca que no la dejaba hablar. Por eso pude irme de allí escondiéndome tras las plantas del jardín y una vez en la calle, cogí el primer autobús que pasó sin mirar a dónde iba. Al llegar a casa, muchas horas después, Pascualita y yo nos tomamos un chinchón que buena falta nos hacía.

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