domingo, 26 de octubre de 2014

Hoy me he levantado con alma de ONG y he decido hacer buenas obras. Para empezar he regado las plantas que estaban más muertas que vivas. Hace bastantes días que no les echo agua esperando a ver si llueve, porque tengo el síndrome del ahorro de agua y hago verdaderas virguerías. El agua de lavar los platos la empleo después para fregar el suelo de la cocina. A veces queda un poco pringoso pero todo sea por el ahorro.

El agua de fregar el suelo del resto de la casa, si no está muy sucia, sirve para lavar los paños de cocina y luego para echarla al wáter. La de la ducha, que recojo en un barreño, si no he usado jabón sirve para hacer la sopa de sobre. Y con la de Pascualita, cuando se la cambio, límpio la lechuga y así no tengo que ponerle sal al aliñarla. Estos tiempos de crisis nos han enseñado que no hay que tirar nada a la primera.

Mientras desayunaba, la sirena a penas ha probado bocado. Está algo alicaída. Supongo que añorará al sireno que le hizo pasar los segundos más electrizantes de su vida. Estuve a punto de tirarlo a la basura pero lo guardé en un cajón por si algún día tengo que echarle en cara al señor Li la birria de productos que vende... Quizá fuera buena idea dárselo a Pascualita... aunque no me decidía porque, al fin y al cabo, el sireno era un cadáver... ¿Sería Pascualita carroñera?

Decidí que primero le acercaría a Pepe pero el pobre sigue echo unos zorros desde las últimas dentelladas que recibió y no es muy agradable a la vista. Así que no lo pensé más y le di el sireno. Al principio pareció no reconocerlo pero reaccionó, de pronto, de manera salvaje. Suerte que llevaba el guante de acero porque se tiró a por él con la dentadura de tiburón por delante... claro que tal vez era un sonrisa, diabólica, pero sonrisa al fin y al cabo... Lo arrancó de mis manos y abrazándolo con fuerza, saltó a su barrilito de cristal zambulléndose hasta el fondo... pero no pasó nada. No saltaron chispas, ni hirvió el agua, ni la corriente eléctrica recorrió su cuerpecito. Estaba asombrada y desilusionada... Entonces golpeó al sireno contra el barco hundido una y otra vez y tampoco pasó nada. Una furia salvaje se apoderó de Pascualita y mordió y arrancó trozos del muñeco hasta hacerlo picadillo. El fondo del barrilito estaba lleno de pequeñas piezas metálicas que la sirena probó, una a una, por si eran comestibles.

Ahora duerme sobre la arena, arropada pòr las algas, en el fondo del barrilito. El cuarto de botella de chinchón que he tirado al agua, ha mitigado su dolor. 

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