lunes, 8 de diciembre de 2014

El timbre del teléfono ha estallado en mi cabeza. - ¡¿Quién es?! - "Yo, boba de Coria ¿Acaso tienes un novio que te llame a éstas horas?" - "Estas horas" eran las cinco de la madrugada - "Ves preparando café que dentro de media hora estaré en tu casa" - Y colgó.

Fui a la cocina a preparar el café, luego me senté a esperar. No podía mantener los ojos abiertos y recurrí a Pepe. Lo puse sobre el bote del cola cao y estuve un rato pensando un tema de conversación que pudiéramos mantener pero no se me ocurría nada. El tampoco ayudaba mucho.

La vocecita de la Momia me espabiló un poco. - He visto luz y me ha entrado hambre. Por favor, tuéstame un poco de pan y pónle mantequilla y miel. Y un té con leche... gracias.- ¿No ha visto la hora que es y el sueño que tengo? - Siento decírtelo, nena, pero se nota mucho que fuíste a la escuela pública... - (¡La madre que la parió en el siglo XVIII!) - Yo me vuelvo a la cama. - "¡Quieta, parada!"

Por supuesto, preparé los desayunos y luego vaciamos el armario y los cajones del cantarano, de la abuela encima de la cama. Esta noche Conchi montaba una fiesta en El Funeral y estábamos invitadas. Todos iríamos vestidos de los años veinte del siglo pasado. La abuela guardaba vestidos y complementos de aquellos años, no sabía dónde. - "Por eso he venido temprano. Para buscarlos.

Toda la mañana estuvimos probando y aireando ropas que olían a naftalina. Comimos de bocadillos y seguimos con la tarea. Cuando vino Geooooorge a buscarnos, entramos en el rolls royce tiesas como varas porque algunas costuras amenazaban con estallar. Eso sí, llevábamos más plumas y brillos que nadie. Parecíamos árboles de Navidad. La abuela, antes de salir, me había mirado con su ojo crítico y me dijo - "Estás mal echa, nena"

El Funeral estaba de bote en bote. La abuela gritaba - "¡¿Dónde estás, Conchi?!" - En seguida nos llegó la música de Paquito el Chocolatero que nos indicó el camino hasta su mesa. Todo fueron besos y abrazos entre las amigas - ¡¡¡Felicidades, guapísimaaaaaaaaaaaa!!! - ¡¡¡Graciassssss. Venga, chin chín!!! - Y un montón de copas se levantaron. En un rincón estaban los músicos que no paraban de tocar charlestones. Y la abuela y Conchi se pusieron a bailar como locas.

Ocurrió un fenómeno extraño debido al calor: la mayoría de los hombre se desteñía. Negros riachuelos corrían desde la cabeza hasta el interior del cuello de las camisas. Para parecerse a los chicos que fueron tantos años atrás, se habían teñido el pelo y las calvas. Aquello trajo más risas a la fiesta. - "¡Que corra el chinchón!" (gritó la abuela, que luchaba contra un desteñido que quería mordisquearle el lunar que se había pintado junto a la boca) - La Momia, a pesar del jaleo, dormía sentada junto a los músicos. - ¿No te gusta la fiesta, abuelastra? - Esta música es muy moderna para mi. - Muchas mujeres llevaban largas boquillas con falsos cigarrillos que a punto estuvieron de sacar unos cuantos ojos mientras saltaban con sus tacones de aguja al compás de la música.

Aquello era un no parar de bailar, cantar, beber, gritar, besarse, beber, bailar la conga, beber, beber... Un hombre desteñido se me acercó, tambaleándose y me dijo que nos habíamos conocido en 1918. Lo cogí por los hombros, le di la vuelta  y de un empellón lo mandé hacia un grupo que estaba muy animado ¡y les dijo lo mismo!

Geoooorge nos llevó de vuelta a casa a la Momia y a mi. Íbamos espatarradas y con los zapatos en el bolso. Conchi nos despidió con dos besos a la puerta de la cafetería. Al cerrar la puerta del coche noté que tenía algo en la boca. Lo miré a través de la luz de la calle que entraba por la ventanilla ¡Era una de sus pestañas postizas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario