lunes, 5 de enero de 2015


 Nos llevamos a Pascualita en el termo de los chinos que ,previamente, llenamos con agua de mar calentita y bajamos hacia el puerto dispuestas a pasar el día con The Beatles. Estamos en su feudo y hasta ahora, lo único que hemos visto ha sido un submarino amarillo. Y eso no puede ser.

Como para bajar todos los santos ayudan, en un santiamén nos plantamos en el Albert Doc. Dicen que todos los caminos llevan a Roma pero, en Liverpool, llevan al Albert Doc por lo visto. Ante la puerta del Museo de los Beatles su música nos envolvió, atrapándonos y metiéndonos en un pasillo que lleva... al mostrador donde venden las entradas. Ni a la Cotilla ni a mi se nos ocurrió sacar la cartera. La abuela era la rica del grupo y justo era que nos invitara... pero no lo hizo. Como excusa dijo que, cuando los Beatles nos enamoraban con sus canciones, ella era tan pobre como nosotras ahora y encima tenía que aguantar a su primer marido al que no le gustaban los melenudos y cambiaba el dial de la radio en cuanto los oía, para poner en su lugar a Manolo Caracol y Lola Flores.

Entramos en el túnel del tiempo que nos llevó a los años 50 del siglo pasado. La abuela, subida en los taconazos de sus botas acharoladas, cedió, en seguida, a los ritmos de aquellos años y se pasó todo el rato bailando y explicándole a Pascualita lo que estábamos viendo. La Cotilla estaba mosca y me aconsejó que llevara a la abuela a un neurólogo en cuanto volviéramos a Palma porque la pobre chocheaba. Apenas acabó la frase, recibió un bolsazo.

Ante nosotras defilaron fotos de colegiales con sus guitarras,que también estaban en las vitrinas. Viejos discos de vinilo. Carteles anunciando actuaciones juveniles, ropa, entradas, reproduciones de lugares en los que se fue creando la figura de aquel grupo que marcó una época y que se ha convertido en un clásico.

La ruta serpentea hasta llegar al final con la imagen del piano y las gafas de Jhon Lenon y la letra de su canción Imagine Atrás íbamos dejando un éxito tras otro siempre acompañadas por sus canciones. La época más psicodélica con el Sargent Pipper nos hizo creer que estábamos en el Submarino Amarillo navegando bajo el mar. En los ojos de buey nadaban pececitos de colores. Estábamos tan entusiasmadas que nos cogió de sorpresa cuando Pascualita, con los dientes hacia afuera, saltó contra los cristales y por poco se los parte. La cogí y se revolvió contra mi pensando que la dejaba sin comida. Clavó sus dientes en un pecho y sentí tal dolor que corrí como una loca en sentido contrario, chillando como las fans de las fotografías de los conciertos de los Beatles. Algunas mujeres, contagiadas de mi "entusiasmo" dieron rienda suelta a su emoción y corrieron detrás de mi, imitándome. Alguien pensó que los Beatles estaban en el Museo.

En la tienda, la abuela compró una camiseta con Jhon, Paul, George y Ringo jóvenes y atractivos. Volvimos a casa sin que pudiera abrocharme el abrigo y andando de lado porque la jodía sirena me había mordido el mismo pecho que el día anterior y la hinchazón era tremenda. La Cotilla, siempre pensando en el dinero, dijo que me ofreciera a un ricachón vicioso al que le gustara acostarse con "fenómenos" Esta vez el bolsazo se lo di yo.

Después de la siesta, la abuela quiso ponerse la camiseta de los Beatles... pero no la encontró. Por más que buscamos y pusimos la casa patas arriba, no apareció. - "¡Nadie se irá a la cama hasta que la encontremos!" (gritó histérica) Hartas de mirar en los mismos sitios, nos sentamos en la salita a descansar... hasta que la Cotilla gritó: - ¡¡¡Mirad la ventana!!! - El fantasma cristalero lucía la dichosa camiseta. La abuela le tiró su bolso y el cristal se hizo añicos.

Geooorge se quedó de guardia hasta que vinieron a poner uno nuevo. Nosotras ya dormíamos.


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