martes, 10 de febrero de 2015

Aún estoy asombrada de lo fácil que lo tienen los ricos para hacer dinero. Me dan a mi la porquería de yeso de mi abuela, lo tiro directamente a la basura. ¡Pero si era un pingajo pintarrajeado y lleno de manchas alcohólicas! Si hubiera una escuela en la que enseñaran éstas cosas, me apuntaría ahora  mismo, aunque tuviese que pedir un crédito para pagar la matrícula.

La Cotilla ha venido cargada con un montón de chatarra y lo ha dejado en el suelo de la cocina. - ¡Ya se está llevando esta basura de aquí! - Chisssst, Poco a poco ¿quién te dice a ti que entre todo ésto no hay una obra de arte? Hay que mirarlo todo con tranquilidad y saber elegir... Pero eso lo haré yo que tengo buen ojo. - ¿Quiere decir que no sé distinguir lo bueno? (la dichosa vecina había picado mi amor propio) ¡A ver quién la encuentra antes?

Como dos posesas nos lanzamos hacia el montón de quincalla y lo revolvimos de arriba abajo un montón de veces hasta que nos dimos por vencidas. Allí no había nada que valiera la pena.

Nos sentamos a comer unos chorizos con chinchón y a discutir de lo divino y lo humano. Mientras, con la punta del pie, jugueteaba con los trastos. De repente, ante mis ojos apareció un candelabro que parecía de bronce. - ¡Oiga! Esto no lo había visto. - Es de una de las iglesias en las que trabajo... No vale nada según le oí decir al párroco un día. - Podría venderlo al peso. - Ya veré... Pónlo a un lado.

La abuela llamó para saber qué hacíamos. - ¡"Ahora mismo voy para allá"! (gritó en cuanto se lo conté) - Apareció acompañada de un americano, de unos sesenta años, alto, barrigudo y con la cara tan roja como si le hubiesen estado dando tortas desde la hora del desayuno - ¿Quién es este? (pregunté) - El sustituto de Andresito (saltó la Cotilla) - "Es mister Taylor. Un entendido en arte y dispuesto a comprar"

Al mister se le fueron los ojos tras el candelabro. La abuela y la Cotilla desplegaron todo su arte en materia de trapicheo y poco después se lo vendieron a muy buen precio. Dos horas después lo había comprado casi todo y extendió un cheque por una cantidad que logró que los ojos de la Cotilla y los míos, hicieran chirivitas.

Cuando el mister se fue, la abuela salió a cobrar el talón y poco después ella y su amiga, se repartían la ganancia. - ¿Y yo? (protesté) - "¿Tú qué?" - Quiero mi parte. - "¿Por la cara? ¡que lista!" - ¡He puesto mi casa para el negocio! - "Eres la avaricia en persona... Anda, Cotilla, dale esa caracola grande. - ¿Cómo que dale?... Que cruz tenemos con tu nieta... Te la doy pero nos invitas a comer. - La abuela dijo. - "Podrías ponerla en el acuario... ¿no?" - Entonces pensé que la única que no sacaba nada del trapicheo era yo, incluso Pascualita presumiría de caracola y  encima, tenía que invitar a esas dos a comer... Menos mal que siempre tengo sopicaldo en casa.

Mientras comíamos tuve que hacerlas callar porque no paraban de alborotar comentando el magnífico negocio que habían echo - ¡¡¡Callad un momento, coñe!!! - En la tele, el locutor hablaba de los repetidos robos en iglesias. - El arte sacro es muy valorado por piratas americanos que se dedican a expoliar lo que, con tanto sacrificio entregaron, durante siglos, los fieles. Y lo hacen con ayuda de gente de aquí ¡Alimañas que no dudarían en vender a su madre para ganar cuatro chavos! - La abuela, con cara de cabreo, dijo - "Por lo visto, cualquier guapito puede ser locutor aunque confunda la gimnasia con la magnesia. Nos ha llamado alimañas el cabroncete ¡¡¡Somos comerciantes, gilipichis!!! Que pena, cómo está el País".






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