miércoles, 18 de febrero de 2015

Hoy tenía mono de mar. Casi puedo verlo y oirlo pero... me falta el casi, así que me he tapado como si, en lugar de ir al Mediterráneo fuera al Artico y pensando que a Pascualita le haría ilusión sentir el oleaje y el olor del salitre, la he metido en el termo de los chinos y nos hemos ido paseando hasta la playa más cercana.

Nada más pisarla, el viento ha levantado la arena y me ha saltado a la cara. A éste paso me veo vendiendo cupones. Todavía, cuando mastico, cruje la arena entre mis dientes. No he pasado ningún gusto comiendo el bocadillo de sardinas en aceite que he llevado. Hacía tiempo que no comía un manjar como éste y la culpa la tiene Pascualita. Siempre creo que al abrir la lata, encontraré otra sirena como ella y eso sería superior a mis fuerzas Por suerte creo que la única que existe en el mundo, la tengo yo.

Es un eslabón perdido en el Tiempo. De cuando los continentes aún no se habían separado. Los grandes abismos marinos debían estar llenos de estos monstruítos dedicados a cantar y enredar a los pobres pesacadores... Ahora que lo pienso, de pobres nada. Eran unos mujeriegos que, además de tener un amor  en cada puerto, también lo tenían en cada arrecife.
  
Cerca de a la orilla, he abierto el tapón del termo y Pascualita ha sacado la cabeza para ver el panorama. Enseguida se le han puesto los pelo-algas de punta. Los dientes de tiburón chocaban unos con otros. La sirena se estaba poniendo tensa y yo me temí lo peor. No fui muy rápida al cerrar el termo y el puñetero bicho saltó a suelo. Me tiré en plancha sobre ella y esperé que no me mordiera.

En el agua, unos chichos practivaban surf en unas olas cada vez más embravecida. Mientras rodaba por la arena evitando mordiscos, Pascualita se metió entre mis ropas dándo coletazos. Un señor se acercó - ¿Se encuentra, señora? ¿Le ha picado algo? - ¡Todavía no! - ¿Puedo ayudarla? - No, no. ¡Gracias! - ¿Quiere que llame a su marido? - (¿De qué hablaba este tío?) - ¡No tengo! - Bien. entonces deme la cartera. - ¿De mi marido? - ¿No me ha dicho que no tiene? - Pensaba que no me había entendido. - ¿Dónde tiene la cartera? - Entonces me di cuenta de que algo no iba bien. Le miré sin dejar de luchar contra la sirena. - ¿Quiere robarme?

Era un ladrón. Yo estaba peleando por mi integridad física ¡y quería robarme! - ¿Es un ladrón? - Si, pero solo desde que hay crisis. - ¡Vaya un consuelo! - Deme la cartera que no puedo perder más tiempo con usted. - ¿Trabaja a destajo?... La cartera está aquí ¡Cójala!

Le lancé una Pascualita enfurecida. Y cuando él quiso darse cuenta de que se le venía encima un monstruo antidiluviano, ya era tarde. La sirena clavó sus dientes entre los ojos del ladrón y no se contentó con eso.  Siguió mordiendo hasta que pude arrancarla de un tirón seco. Salímos de la playa a todo correr dejando al hombre echo un Cristo. Cuando llegué a la carretera seguía oyendo sus gritos. Me giré y le vi correr como un poseso hacia el agua. Los chicos del surf, asustados, se acercaban a socorrerlo. Me pareció que algunos gritaban - ¡Señora, señoraaaaaaaaa! pero no me di por enterada.

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