martes, 24 de febrero de 2015

Vendaval.

No quiero saber nada de la familia porque no gano para disgustos. Me quedaré en casa, tranquilamente, con mis amigos Pepe y Pascualita. Les hablaré de lo que me apetezca y no me replicarán ni rebatirán lo que diga. Ni oiré sus gritos jejejejejeje ...¿ cómo va a gritar una cabeza cortada o una birria de sirena? jajajajajaja

Haré terapia de grupo ¡menudo grupo! Descargaré mi rabia, mis frustraciónes... Mejor aún, les daré discursos y no dejaré títere con cabeza (perdón, Pepe jejejejeje) Todo será dicho con mucha educación pero ¡tirando a dar! Empezaremos desayunando y aclarando las ideas.

Estaba tan eufórica que hice las cosas sin pensar: cogí a Pascualita mientras dormía como un lirón, arropada por las algas del acuario. Cuando quise darme cuenta de mi error ya me había mordido en la mano ¡¡¡La madre que la parió. Qué dolor tan grande!!! Tuve que arrancarla con un fuerte tirón, que me hizo polvo y llorando a grito pelado, la tiré lejos de mi.

Tendría que haber cogido primero a Pepe, que es un santo que ni pía ni muge... Me preparé un colacao usando solo una mano porque la otra ya estaba tan hinchada como un guante de boxeo. Luego busqué a la sirena. Estaba agarrada a una vela del candelabro que hay sobre el aparador. Sentí que me hervía la sangre de rabia contra ella y sin poderme contener, la cogí por la cola y la tiré sobre el sofá... solo que no cayó allí. El viento abrió de golpe la ventana y por ella salió la sirena a velocidad del rayo.

- ¡Oh, no! Se la lleva el viento. - Corrí escaleras abajo sintiendo los latidos dolorosos del mordisco. Las lágrimas me cegaban y choqué contra el vecino de arriba que me puso a parir. Al llegar a la acera busqué a Pascualita. No estaba. Miré las ramas del árbol. Una nueva y furiosa ráfaga de aire levantó hojas, plásticos, tierra... y a la sirena que pasó volando ante mis narices. Corrí tras ella, sorteando los coches, exponiendo mi valiosa vida por ese adefesio. Cuando el viento dejaba de soplar la veía caer y reanudaba mi carrera pero entonces volvía a soplar con fuerza y se la llevaba otra vez.

La vi aterrizar sobre el tejado de la comisaría. Esperé un poco para ver si el caprichoso viento la trasladaba a otro sitio, pero no. La dejó allí... No me quedó más remedio que entrar, buscar a Bedulio, subir ambos hasta el último piso y pedirle que me ayudara a llegar al tejado. - ¡¿Estás loca?! - He echo una promesa a un santo. - ¿? - Para que me ayude a encontrar novio y mi abuela me deje en paz. - Se lo pensó un minuto. Luego dijo: - Te ayudaré porque es por una buena causa. Debe ser difícil aguantar a tu abuela. 

No fue fácil pero, finalmente, acabé en el tejado y recuperé a la sirena que, con tanto meneo, estaba mareada perdida. - ¿Qué es eso? - preguntó el Municipal. - Un muñeco de vudú, por si falla el santo. - Que cosa más asquerosa.

Al salir a la calle oí a un guardia diciéndole a Bedulio que una vecina acababa de llamar - porque había alguien en nuestro tejado. - Que imaginación tienen algunas (contestó mi amigo)

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