jueves, 5 de marzo de 2015

Estimulantes.

El vecino de arriba me ha encontrado por la escalera y me ha dicho algo curioso: Que añora los ruídos nocturnos de mi casa. Pensé que no le había oído bien. - ¿Perdón? - ¿Por qué? - Quiero decir que no te he entendido. Estaba despistada.

Y así era porque venía de dar una vuelta con Pascualita, pensando que era raro que no hubiésemos tenido ningún percance como suele ser habitual. - Te decía que hace tiempo que no me despiertas por la noche con una buena escandalera. (Pues sí, le había entendido) - No suelo hacerlo, han sido casos puntuales. - Pues los añoro. - Vaya.

Sin darme tiempo a reaccionar, se convirtió en un pulpo. - ¡A ver ese termo! (y me lanzó sus manos al pecho) - ¡Oye! (grité, apartándome) - Has puesto culo (y me dio un cachete) Me encantaaaayyyyyy (le dolió mi patada en la espinilla) -  ¿Eres una estrecha?... Me encantaaaaaayyyyyy ( ¡patada a la otra espinilla!) - ¡Déjame en paz o tendremos un disgusto! (estaba a punto de soltar a la sirena para que se diese un homenaje mordiendo a distro y siniestro)

- Reconozco que tengo una reacción extraña. Voy más encendido que un misto (al decirlo, me achuchó) Antes no me pasaba ¡No, no me des un puñetazo! (pero se lo dí) Serán las pastillas... Aaaayyyy... contra la gripe que me da mi mujer - ¡Con ella voy a hablar ahora mismo!- No está... ¿puedo venir a tu casa? - ¡Ni de coña! (entonces se me iluminó la bombilla)  Tu no tienes gripe. Me las da para que no la coja. - ¿Son triangulares y azules? - Sí... - O sea, que aquí, el machote, necesita estimulantes. - ¿El machote soy yo?  Y tu me estimulas muchísimo (volvió a agarrarme) - Como pude, abrí el termo de los chinos y grité - ¡Que me dejes ya, coñe!

Pascualita emergió del interior y lanzó un chorrito de agua envenenada a los ojos del vecino con muy buena puntería, aunque no tenía mérito porque estaba a un paso de el. Entonces sí que gritó, berreo y saltó como un energúmeno. Y faltó poco para que rodara la escalera, menos mal que pude cogerlo y sentarlo en un escalón. Los ojos se le estaban poniendo como globos a punto de echar a volar. - Pascualita, te has pasado (dije) pero la sirena no había terminado su faena. Saltó a la cabeza del hombre y se peleó un rato con su pelo. Algo de lo que presumía constantemente, sobre todo si había algún calvo escuchándolo.

Cuando logré arrancar el torbellino en que se había convertido Pascualita, el poco pelo que le quedaba al vecino venía entre sus manitas. Corrí a casa, dejé al bicho en su acuario, cogí la botella de chinchón y no dejé al vecino hasta que se durmió.

A medio día oí a su mujer que le llamaba de todo menos bonito mientras llamaba a la ambulancia. Más tarde los gritos de ambos se escuchaban en la escalera. Me asomé a preguntar qué pasaba - El mastuerzo de mi marido, no sabe, no contestra. Ahora que toma pastillas le da por beber ¡Mira que ojos se le han puesto con la bebida! ¿Y el pelo? ¿Cómo te has quedado sin pelo, cabestro? - El otro solo se lamentaba con voz llorosa - Mi peloooo, mi peloooo ¿Dónde está mi pelooooo? - Con el carro de Manolo Escobar, hombre. Menuda mona has pillado jejejejeje - le contestó uno de los camilleros que se lo llevaban.


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