martes, 26 de mayo de 2015

Que viene los bueyes.

¡Aaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyy, que despatarreeeeeee! Estoy baldada de tanto andar de la Ceca a la Meca por Sevilla porque la abuela dijo que había que patear la ciudad cuando le sugerí que nos lleváramos el rolls royce. Como si no pudiéramos ver las cosas igual. - "Nos perderíamos los detalles" - ¡Y qué más da si vamos cómodos!

La abuela tiene una memoria excelente y no olvidó que las cuentas de comidas y bebidas, tenía que pagarlas la Cotilla por la faena que le hizo vendiendo sus múltiples maletas. Por eso la vecina se pasaba el día leyendo los precios de los menús de cuanto restaurante, freiduría, cafetería... encontrábamos en nuestros recorridos por las calles sevillanas. Y será casualidad o no, pero el caso es que a la abuela siempre se le antojaba lo más caro y Andresito, que debía estar amenazado de muerte si se le ocurría pagar, ni se arrimaba a la cuenta. La pobre Cotilla comía sopas de ajo, una tortilla de un huevo, patatas con mahonesa, cosas que no hicieran subir la cuenta pero como los demás nos poníamos las botas, ella siempre acaba llorando y pagando.

Una mañana la abuela entró en tromba en la habitación del hotel que yo compartía con la Cotilla. Sobresaltada, dejé caer la sábana que cubría mi desnudez por si era un camarero de buen ver que me visitaba con buenas intenciones y ya de paso, aprovechábamos para hacer un biznieto sevillano. - "¡Arriba, que vienen los bueyes!" - Se dice reyes, abuela. - "¡Los bueyes que llevan las carretas al Rocío, boba de Coria! Vamos a verlos partir." - ¿Si no nos ven no se irán? Pues que se queden que tengo mucho sueño. - "¡Arriba he dicho!" - Y nos tiró al suelo.

Fuimos corriendo por las calles con las legañas puestas porque no tuvimos tiempo de nada. Las únicas presentables eran la abuela y Pascualita que, por cierto, llevaba un traje de romera y una florecita enredada en su triste penacho de algas e iba asomada al borde del termo de los chinos como si fuera un balcón.

De repente vi los bueyes - ¡Son de verdad! - "¿Se puede ser más tonta?" - Lanzó al aire la pregunta y Pascualita hizo la señal de OK con sus deditos. - Yo no me arrimo a esos bichos ¡No sé torear! - "Haz fotos y calla, alma cándida" - Me empujó y quedé entre dos carretas. El buey que quedó cara a cara conmigo me dio un lametón y se llevó legañas, restos de rímel, sombra de ojos y me dejó el flequillo pegado a la frente para todo el día - ¡Que asco!

En la plaza, frente a una iglesia, había un montón de jinetes reunidos. Ellos con traje corto, sombrero cordobés, peinado relamido pegado al cráneo, rictus serio-petulante y una pose: tiesos sobre el caballo, una mano en las riendas y la otra descansando cerca de la ingle. Vamos, como si se les hubiese atragantado un palo de fregona. Ellas con traje de flamenca llenos de colorido, botas camperas, flores en el pelo, revoloteaban por la plaza para lucir tipo.

Sonó la banda de música y Pascualita hizo el OK con ambas manos, cosa que aprovechó la abuela. - "Te lo he dicho mil veces: es más lista que tu" - La Cotilla no se enteró de nada porque estaba "trabajando" entre la multitud. Lo justificó diciéndole a la abuela: Con el gasto que llevo necesito un sobresueldo. Y vaya si se lo sacó.

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