miércoles, 15 de julio de 2015

La Cotilla monta un negocio.

Andresito le ha comprado a la abuela un abrigo de visón, teñido en varios tonos rojos, para que pueda venir a mi casa. Está encantada y le ha prohibído que mande unos obreros a quitar la antigüalla de aire acondicionado que trajo la Cotilla.

Encima está enfadada conmigo porque fui quién le pidió al abuelito que se deshiciera del trasto ese. - "No te mereces que te deje en herencia la Torre del Paseo Marítimo ¡Egoísta! Si por ti fuese ahora no tendría este maravilloso abrigo de pieles. En cambio, gracias a MI AMIGA, soy la envidia de mis vecinas ricachonas. Y, a pesar de las olas de calor que no paran de llegar a la isla, puedo lucirlo a diario" - ¡Ponlo en tu casa y llévate de paso a TU AMIGA! - "No puedo pasear por mis salones abrigo en ristre. Ser rico es muy cansado porque siempre tienes que estar pendiente del qué dirán y de ir  siempre dos pasos por delante de los demás" - A mi me basta conque mandes a Geooorge a la farmacia a por aspirinas porque estoy cogiendo un trancazo de campeonato.

Cuando la abuela entra en casa, corre hasta el acuario, coge a Pascualita y la mete en uno de los bolsillos de su abrigo. Allí el pobre bicho entra en calor. Yo creo que nació en algún lugar tropical porque, en cuanto se le hiela el agua, se vuelve azul-morada-verdosa y me da grima.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaa! - ¡Ya se está llevando la porquería esa que trajo! (le grité a la Cotilla, fuera de mi) - ¡Ni hablar! He montado un negocio que me va a hacer más rica que tu abuela y en lugar de un mayordomo, tendré dos. He organizado tandas de doce personas, agobiadas por el calor, que pasarán media hora aquí, helándose, previo pago de 5 euros cada una. - ¿Y cuánto me dará a mi? - Los buenos días y vas que chutas. - ¡Es mi casa! - ¡Es mi aire acondicionado y te recuerdo que hace un momento le has llamado PORQUERÍA!

Lo que no me dijo es que el negocio era de 24 horas. De noche, cuando el bochorno no deja dormir, las visitas pagaban 10 euros cada uno. Luego se iban fresquitos a su casa y dormían a pierna suelta.

Mientras la abuela aplaudía el ingenio comercial de la Cotilla, llegó el señor Li con una caja bajo el brazo y me dijo. - ¿Tú lompel licuadola? - No, señor. Explotó ella sola. -Yo legalal licuadola a ti... (me dio la caja) - ¡Vaya, que detalle, señor Li! - ¿Gustal? Pues ahola tú legalal a mi otla cosa.

Me desconcertó aquella petición. - ¿Y qué quiere? - Tu sabel... ¡Gamba golda! - Pero... pero... no tengo ninguna... - ¡Oh, si. Esta casa estal congelada pala que gambas goldas no estlopealse ... Tu buscal.  - ¡La madre que parió al chino! - Tan oportuna como siempre, Pascualita saltó del bolsillo del abrigo, donde debía hacer un calor sofocante y cayó sobre la mesa del comedor. Los ojos oblícuos del hombre fueron más rápidos que mis manos entumecidas de frío. - ¡Milal, Hay una! - Los dos saltamos a la vez a por la sirena. Y de repente el señor Li se conviertió en el Pequeño Saltamontes y me hizo una llave de kun fú que aún no me explico como he podido desenredarme.

Como un poseso, el chino gritaba. - ¡¡¡Licual gamba. Licual gambaaaaaa!!! - Afortunadamente, el frío se adueñó del cuerpo del señor Li y sus movimientos se fueron ralentizando hasta quedarse quieto. - ¿Se ha muerto de pie? (pregunté) - "Le falta nada y menos. Se está congelando" (la abuela, acostumbrada a lidiar con muertes violentas, no perdió la calma. La Cotilla, que veía una gamba donde nosotras veíamos una sirena, cogió el teléfono y llamó a los municipales - Oiga ¿Está Bedulio?... Que venga.

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