lunes, 6 de julio de 2015

Profesión: esclavo.

La noche en el balcón no ha sido todo lo agradable que esperaba. Hacía mil años que no escuchaba cantar a un grillo. Ya no puedo decir lo mismo porque me han dado un concierto en fa menor, con tocata y fuga. ¡La madre que parió a esos bichos!

Y de ese concierto he pasado a otro más escandaloso: el de los vecinos y vecinas, roncando a pleno pulmón. No me ha servido de nada chascar la lengua, ellos iban a lo suyo. Cuando, finalmente, di unas cabezadas, me tiraron un cubo de agua que apunto estuvo de ahogarme. - ¡Calla ya, pesada. Vete a roncar al monte! - Esa fue la gota que colmó el vaso. Entré en casa, puse la radio y la televisión a toda pastilla ¡Y se armó el belén! Poco después, las sirenas de los coches de policía atronaban la noche.

Los frenazos. Los gritos de los vecinos. Los gritos de los guardias. La radio y la tele. Los escobazos del vecino de arriba. Mis gritos diciendo que me habían ultrajado el amor propio. Los timbrazos en todos los pisos para que alguien abriera a la autoridad. Los golpes apresurados en las puertas. Los gritos perentorios del sargento al Municipal diciéndole que él también tenía que subir a mi casa para poner orden en aquel caos, mientras el pobre Bedulio decía que no con la cabeza y reculaba, poco a poco, hacia la esquina... Todo esto contribuyó a que nadie, en aquel tramo de calle, durmiera. Las fincas tenían todas las luces encendidas y se oían gritos histéricos. - ¡Ya está bien, cabrones! -¡Queremos dormir! - ¡¿Para qué leches pagamos impuestos?! - ¡La culpa la tiene el Alcalde! - ¡¿Cómo se llama?! - ¡¿Quién?! - ¡El alcalde nuevoooo! - ¡¿Y yo que sé?! - ¡Pues para que lo nombras, bobo de Coria! - ¡No me lo dirás a la cara! - ¡Baja a la calle si eres hombre! - ¡Huy, que más quisieras, ladrón!...

Cuando amaneció, los municipales aún estaban poniendo multas. ¡Que noche, por Dios! En cuanto vi a Pascualita arrastrándose hacia mi por una de las ramas del árbol, la cogí y la tiré al acuario. Esta vez no fallé pero a ella no le hizo ninguna gracia y salió a tirarme un chorrito de agua envenenada que pasó rozándome un ojo.

Luego llamaron a la puerta. Era un hombre que venía a pedir trabajo. - No necesito a nadie. Lo siento. - Todos necesitamos a alguien en un momento dado... (dijo, humildemente) - Ya, pero "mi momento dado" aún no ha llegado, caballero. - No me llame así, señora... Soy un esclavo, para servirla.

Le miré de arriba abajo. - Me está tomando el pelo. Un esclavo viste harapos, es cojo o manco y tiene la lengua muy suelta para convencer a la gente de las excelencias de su amo... Usted, perdone pero no da la talla.  Lleva traje, cartera y móvil ¿Cree que me chupo el dedo? - Le juro por mis muertos que soy un esclavo. Trabajo en un hotel. Hago más horas que un tonto y cobro cuatro perras. Tengo un contrato de cuatro horas que no me cubren nada porque no tendré paro cuando cierren el hotel y el día de mañana... ¡Aaaay! (suspiró) no cobraré la pensión. - ¡Vaya, nunca había visto un esclavo de verdad! ... Si se pusiera unas cadenas sería más convincente... - Ahora las cadenas se llaman hipotecas... Tengo una muy larga... - No sé que trabajo puedo darle... Pásese por aquí otro día porque hoy me coge con sueño atrasado y tengo el cerebro algo turbio... Pero, si quiere, puedo ofrecerle una copita de chinchón para alegrarle un poco el día.


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