jueves, 13 de agosto de 2015

La medalla al valor.

¿Cómo le digo yo ahora, al compañero de Bedulio, que no tiene super poderes y que cuando vio a la abuela en el pasillo, la veía de verdad? Le estoy dando vueltas a ésto y creo que no le diré nada. No quiero quitarle la ilusión al pobre... Además, si quiero que me haga un biznieto para la abuela, tiene que sentirse un superman.

Fui a la playa a llenar unas garrafas de agua para el acuario de Pascualita y de paso, darme un baño. Después me senté sobre la toalla a comer un bocadillo de sardinas en aceite con tomate. De repente me vi rodeada por un montón de gaviotas gritonas que pugnaban por arrebatármelo - ¡¡¡Fuera, fuera, ladronas, corruptas!!! - Les grité mientras agitaba los brazos intentándo asustarlas. Pero lo único que conseguí fue quedarme sin bocadillo mientras las gaviotas se robaban el botín entre ellas.

Dos hombres se acercaban caminando por la orilla. Como no tenía nada que hacer, me dediqué a ver el ganado masculino que desfilaba ante mi. Y esos dos no me eran desconocidos. Al acercarse reconocí a Bedulio y su compañero... Por cierto, en bañador no estaban nada mal. Me levanté de un salto para saludarlos pero ellos dieron media vuelta en un visto y no visto. Entonces corrí hacia ellos pero, al parecer tuvieron la misma idea y pusieron pies en polvorosa. Si fuera mal pensada diría que huían de mi jejejejeje ¡Que va!

Al volver a casa se lo conté a Pascualita mientras preparaba la comida: abrí un sobre de sopicaldo y eché el contenido en un cazo de agua caliente.  - ¿En tu hábitat los agentes de la ley llevan uniforme? - Los ojos saltones de la sirena bizquearon ante la pregunta. - Están guapos los hombres con el uniforme. Algunos deberían llevarlo día y noche porque, cuando se lo quitan se quedan en nada... No les pasa eso a Bedulio y su amigo... Te aseguro que les haría un favor con mucho gusto jiijijijji... ¡Huy, perdona! No tendría que hablar de éstas cosas contigo, que eres un tierno pescadito ¿A qué sí, bonita?

No sé porque le dije esto porque, de tierna no tiene nada. Sus escamas son duras como el caparazón de una tortuga. Y joven, dudo que lo sea. - ¿Cómo podría saber la edad que tienes, sirenita? - Me respondió escupiéndome veneno en un ojo ¡Y ahora está como una pelota de ping pong! Hinchadísimo y doliéndome horrores.

Cuando ha sonado el timbre de la puerta yo estaba dando saltos mortales, llorando y gritando como una loca mientras el ojo crecía y crecía. Dolorida, abrí la puerta. Eran Bedulio y su compañero que traían la órden de arresto para la abuela y para mi. Al verme quedaron petrificados, sin poder apartar la mirada de mi ojo que estaba ya en cuarto creciente. - ¿Qué... queréis...? - El moreno de sus pieles no bastó para disimular que se habían quedado blancos como la pared. - ¿Os... ha... dado un ... aire? - Sin perder de vista mi ojo, retrocedieron hasta el ascensor que tenía la puerta abierta. Uno de ellos la sujetó para entrar y en ese momento ¡se cerró y pilló la mano!

A causa de mi dolor no recuerdo cómo quedó la cosa. Solo sé que Bedulio y su compañero pidieron a sus jefes que, por sus muertos, no les hicieran volver, nunca más, a mi casa. Preferían picar piedra en medio del campo, a las doce del mediodía y con éstos calores. Fue muy comentada la coletilla con que los despidieron. - ¡...  y nunca les darán la medalla al valor! -




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