lunes, 31 de agosto de 2015

La puerta.

¡Que descanso bajarse de los tacones que me puse para la boda, Pascualita! Tienes suerte de no tener pies porque la abuela te hubiese colocado unos. Ahora camino como un pato mareado.

La sirena llegó a casa con las manos llenas de pelo de la invitada a la boda. Era como un pequeño piel roja después de arrancarle la cabellera a una rostro pálido. De todo esto hablábamos mientras comíamos pan con tomate y aceite. Pepe nos escuchaba sin decir ni pio. Este nunca quiere comprometerse ¡hombres!

El timbre de la puerta sonó con insistencia. Era la Cotilla - ¡Habrá con su llave! (le grité) - ¡No puedo! - Pues no pienso hacerle de portera. - ¡Abre, jodía, que la puerta está encajada! - Esta mujer acabará subiéndose a mi chepa si no le paro los pies. - ¡¡¡No se abreeeeee!!!

Al rato llegó la abuela y se encontraron las dos en el descansillo. - "¿Mi nieta te ha echado de su casa?... ¿Qué le has echo?" -  Es la puerta la que no me deja pasar. Se ha hinchado con la humedad del ambiente ¡¡¡Abreeeeee, boba de Coria!!! - "¡Nena, tira hacia tí con fuerza!" - Ahora no puedo, estoy desayunando.

A través de la puerta me llegaban todas las maldiciones que me lanzaban. Eran muy subidas de tono. Incluso había alguna que no conocía. Cuando Pascualita estuvo en su acuario me acerqué a la puerta para aclarar las cosas. - Cotilla ¿cuánto ganó en la boda? - Cuando dijo la cantidad por poco me caigo de culo - ¿Y solo he tenido 10 euros de ganancia? - Para no haber echo nada, mucho es. - ¡¡¡Ladrona!!! - "Nena, los trapos sucios se lavan en casa" - ¡¡¡Eres su cómplice. Quiero mi dinerooooo!!! - "Bebe un poco de chinchón y se te pasará el berrinche" - ¡¡¡Ladronaaaaaaaaaaaaaaas!!!

Una hora después, la puerta seguía encajada. La abuela, agotada, me planteó un panorama tan negro que decidí hacer algo. - "En la crónica negra de los periódicos serás conocida como La Emparedada en vida. ¿No se te hiela la sangre?" - Un poco, sí... Bueno, abriré. - Tiré del pestillo, primero con calma, luego histérica. La puerta no cedió ni medio milímetro. Lloré como una magdalena. - ¡No quiero morir emparedadaaaaaaaaaaaaa! - "Pues llama a los bomberos, alma de cántaro"

Entraron por el balcón con la ayuda de una larga escalera. - ¡Un momento! (dije. Y con el calendario de los bomberos en la mano, pasé revista a las hojas. Había pedido que vinieran los representantes de varios meses. Los que más me gustaban ¡Y ahí estaban!  Los invité a chinchón. No pudieron beber por estar de servicio, pero no se perdió el licor porque me lo bebí todo yo. Cuando los bomberos iban a proceder a la apertura de la puerta decidí negociar con la Cotilla - Entrará si me da 100 euros - ¡Estás como una cabra! - "¡Emparedadaaaaa!" (gritó la abuela) - He dicho mi última palabra. - ¡No llegaré a fin de mes! - Mantuvimos un tira y afloja hasta que los bomberos dijeron que se iban si no podían hacer nada. Yo tenía unas cuantas ideas pero... me las callé. Prefiero que el hombre tome la iniciativa en éstos casos.

Al final la Cotilla claudicó y la puerta fue abierta. Ahora tengo 100 euros en el bolsillo pero tengo que quedarme de guardia, toda la noche, para que no entren ladrones porque no nos atrevemos a cerrar la puerta por si mañana vuelve a hincharse... ¡Dios mío, que sueñooooooo!... Me da en la naríz que he salido perdiendo en el trato ¡Que rabia me da oir roncar a la Cotilla mientras yo estoy de plantón.





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