jueves, 29 de octubre de 2015

1888

- "¡Que ilusión, nena! Bedulio saldrá por la tele un día de estos por lo de la mafia policial" - El no ha hecho nada. - "¿Que sabrás tu? - De buena tinta, abuela. Le hice el tercer grado con ayuda de Pascualita y confesó, a gritos, que era inocente. - "Si es así... Me alegro por él pero me gustaría verle en la pantalla para reírme un rato porque allí la gente no se comporta con naturalidad" - Tiró la cabeza del abuelito Roberto por el balcón. - "Me alegro. Por fin nos hemos desecho de la reliquia" - ¡De eso nada! Nos costó encontrarla porque se la había llevado un perro. Menos mal que su ama le obligó a soltarlo... Me temo que tendrás que zurcirlo otra vez. - "¡¡¡Me niego!!!"

Quedamos en vernos por la tarde en la Torre del Paseo Marítimo para celebrar el cumpleaños de la Momia. - No sabía que era hoy. - "Y no lo es pero, como le falta medio telediario, vamos a celebrar una fiesta cada mes para que se vaya al otro barrio con la ilusión cumplida de haber soplado las velitas" - ¿Cuántos cumplirá? - "Ni ella misma lo sabe... Creo que aún no se había inventado el Registro Civil cuando nació. Su padre anotó los datos en un cuadernillo de papel cosido a mano pero, con el paso de los años, se le olvidó dónde lo había metido. Al final de su vida, cuando la Momia le preguntaba ¿Cuándo nací, papá? El contestaba: Entre el Descubrimiento de América y el comienzo de la Revolución Industrial. Así que ella puso una fecha a voleo: 8 - 8 -1888, porque le gustó"

Fui al mercado y pensé que me había equivocado de camino. Parecía un jardín. Todos los puestos vendían flores además de las frutas y verduras de siempre. Así que no tuve que pensar mucho. Compré un precioso ramo para regalarle a mi bisabuelastra. Pero no le gustó. En cuanto se lo día me lo tiró a la cara con la fuerza de una chica de ochenta años. - ¡¿Crisantemos?! Aún no me he muerto ¡Lagarto, lagartooooo! ¡Andresito, hijo, hecha a tu nietastra de esta casa!.

Que disgusto me llevé. No pude probar la tarta de cumpleaños porque me echaron antes de que la sacaran. Así que compré buñuelos en una pastelería que me venía de paso y me senté con Pascualita a comerlos. Le conté mi peripecia de esa tarde, entre bocado y bocado más un tiento a la botella de chinchón. Ni siquiera me di cuenta de que nos habíamos dormido...

Un grito espeluznante nos volvió a la realidad. La sirena saltó a esconderse en mi escote y yo cogí la botella para defenderme. La Cotilla estaba en el umbral de la salita, con los pelos de punta, los ojos desencajados, la piel pálida y las rodillas temblando. Desde el sofá se oía el castañeteo de sus dientes postizos. Un dedo añoso me señalaba - ¡Lo he vistooooo! ¡Es horribleeeeeeeee! ¡El fantasma de tu primer abuelito esta en tu escoteeeeeeeeee! - Dio media vuelta y corrió como nunca he visto hacerlo a alguien tan viejo.

La Cotilla había descubierto a Pascualita aunque no supo de qué se trataba. A partir de ese momento he tenido que extremar las precauciones.

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