lunes, 12 de octubre de 2015

El abuelito Roberto.

El abuelito Roberto, se ha sentado junto a mi, en la cocina, mientras desayuno con Pascualita. Al ser un fantasma no se puede chivar. Así que no tengo ninguna preocupación y como y leo el diario tan tranquila mientras Pascualita hace sus guarradas diarias poniéndolo todo perdido de cola cao.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaa! Menos mal que llego a tiempo de tomar café ¡Pero... ¿qué es ésta porquería? ¡No te da vergüenza comer como un cerdo! (solo tuve tiempo de meter a la sirena en el bolsillo del delantal) - Cotilla, estoy en mi casa y hago lo que quiero. Si no le gusta ¡Puerta! - ¡Así no encontrarás novio ni buscándolo con lupa! - ¡Mire quién fue a hablar! Que yo sepa nunca tuvo ninguno. - ¡Ya lo creo que tuve, pero tu abuela me los quitaba todos, la muy jodía!

El abuelito Roberto ha estirado el cuello al oír esto. - Cotilla, ¿mi abuelito también empezó siendo novio suyo? - Sí. Era muy guapo. Delgadito como un junco, gracioso a no poder más. Con unos ojazos negros que quitaban el sentío y unos dientes tan blancos y perfectos que, al sonreír, te deslumbraba. - ¡Caray! - Era un guayabo por el que muchas niñas suspiraban. - ¿Y se fijó en usted? - Pues, sí... hasta que un día vio a tu abuela y cayó rendido a sus pies. - ¿Qué le dio ella que no le diera usted? - Árnica. Siempre estaba que si sí, que si no, la mala pécora. Lo tenía en ascuas - En cambio usted... - Yo le dije sí, a la primera. Para qué iba a andarme con rodeos.

Al quedarme sola, Roberto me dijo que la Cotilla le ponía enfermo. - Quiso matarme. - Ayudada por la abuela. - Sí, que chiquilla. Eran dos pardillas. Por eso me confié cuando me cogieron los jívaros, porque pensé que ellos, con aquellas pintas, también fracasarían pero, no. Me mataron bien matado. - Y se te comieron. - ¿Qué dices? - ¿No lo sabes? ¿Dónde estabas mientras tanto? - Supongo que dando cuenta de mis actos a quién corresponda. - ¿Te tocó Purgatorio? - Sí. consideraron que, para los pocos pecados que tenía y la muerte que me habían dado, ya iba servido. Pensé que me tiraría allí media eternidad pero, no. A un Papa se le ocurrió decir que el Purgatorio no existe ni ha existido nunca y desapareció como por arte de magia. Por esto estoy aquí. No veas el cabreo que cogieron las almas que llevaban allí la tira de siglos: ¿Hemos estado aquí para nada? ¡Hay que joderse! - decían.

- Si dices que me comieron los jívaros ¿qué hago aquí? Se supone que debo estar con mi cuerpo y, en caso de no encontrarlo, vagar por ahí... - Aquí está tu cabeza, abuelito- ¡No me digas! Mira, pues me hace ilusión ¿dónde está? - En la estantería. - Le enseñé el pequeño llavero y se horrorizó. - ¡Yo no soy "esto"! - Sí. Está confirmado. - Tenía más... cabeza. - Tienen mucho arte reduciéndolas. - ¡Estoy hecho un asco! - De eso tiene la culpa Pascualita. Cuando se enfada muerde lo primero que encuentra. Y te ha encontrado varias veces, abuelito. - ¡Sardina asquerosa! - ¡No la irrites que tiene un pronto muy malo! - No me ve.

Roberto había subestimado el sexto, o séptimo, sentido de la sirena, por eso el ataque le cogió por sorpresa. Le clavó los dientes en los labios, tal como hizo con el señor Li. No me quedó más remedio que dar un tirón seco para separarla del abuelito que, a pesar de ser un fantasma, saltaba, gritaba, corría y lloraba. - ¡Toma chinchón! Es un buen remedio. - Le alargué la botella y tragó con avidez. - ¡Eh, que no es agua! - En el suelo se formó un charco de licor porque, al ser un ente etéreo, no era nada. Y el líquido pasaba directamente de la botella al suelo. - ¿Por qué gritas y te quejas si no puedes sentir nada? - Porque me hace ilusión - ¡Ah, siendo así...!

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