martes, 20 de octubre de 2015

El micrófono fantasma.

Tengo unos abuelos que no me los merezco... o eso creo. Deben ser el castigo que me ha caído encima por portarme muy mal en alguna de mis otras vidas. Esto viene a cuento porque, gracias a ellos, la mitad de las noches me las paso en blanco.

No he preguntado qué hora era cuando ha sonado el teléfono y alguien se ha puesto a llorar en mi oreja.

 Quien fuese el llorón, o llorona, lo estaba pasando, francamente, mal. Escuché medio minuto, por cortesía y colgué. Pero el teléfono volvió a sonar y seguía la llantina. - Oiga. Se ha equivocado de número. Aquí no contratamos plañideras. - Iba a cortar la comunicación cuando una voz dijo, entre suspiro y suspiro: - No...snif... cuelgues... ¡ay!... nena... - ¿Abuelito? - Siiiiiiiiiii... buaaaa.... ¡soy yoooo!... buaaaaaaaaa. - Me sobresalté - ¿Ha muerto la Momia? - ¡Nooooo. Noooooo! - ¿La abuela? ... ¡Que nooooo! - ¿Te estás muriendo tú? - ¡¡¡Que no, jopé!!! - Pues, como no te expliques...

Escuché los saltos que daba Pascualita en su acuario. ¡También el abuelito la había despertado y estaba furiosa! Pues ya éramos dos. ¿A qué venía llorarme a esas horas de la madrugada? ¿Acaso la abuela lo había mandado a freir monas? Seguro. Pero a mi no me ha gustado nunca ser plato llano, o sea, segundo plato... ¡en fín, como se diga! Y cuando fui a explicarle que teniendo dos mujeres en casa y un hijo médico, yo era la última persona a quién debía recurrir para solucionar sus neuras porque ¡tenía que dormir! lo noté más calmado y se explicó.

- ¡No había ningún micrófono escondido en el coche del Alcalde!... ¡buaaaaaaaaaaaaa! Mi partido no ha hecho nada... me refiero a esto... ¡buaaaaaaaaaaaaaaa! Y me he quedado sin carnet... ¡buaaaaaaa! Soy un miserable... ¡snif!... ¡Un vendido!... ¡Un traidor!... ¡snif! - ¡Vale, vale! No te hagas mala sangre. Tu no rompiste el carnet. - ¡Es verdad! Se rompió solo... ¿no?

Pascualita, a quién había metido en mi cama envuelta en una toalla para que no la mojara, me enseñaba los dientes, no con ánimo de atacarme, sino para recordarme que podía hacerlo si la charla duraba mucho. - Cálmate, abuelito. Mañana vas a la sede de tu partido y que te hagan otro. - ¡Pero no es lo mismoooooooooooo... buaaaaaaaaaaa. A este... lo tenía... desde el principio...¿Quién lo cortó? ¡Tu lo sabes! - Estás paranoico (dije, mientras con un dedo en la sien, le enseñé a la sirena que quería decir: majareta. Le encantó y se tiró media hora haciéndolo mientras me miraba con sus inexpresivos ojos de pez) Eso la distrajo de morderme.

No recuerdo cuando nos dormimos. Pero el teléfono estaba descolgado, sobre la cama y el sol calentaba. Arrinconado contra el armario, el fantásma del abuelito Roberto, esquivaba como podía, los dientes de Pascualita. Y aunque a él no le hacían nada, por lo menos eran aterradores. - Te está bien empleado, por celoso y metepatas (le dije) - Luego, la sirena y yo nos entomamos con sendas copas de chinchón mientras preparaba los cola caos del desayuno.

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