miércoles, 25 de noviembre de 2015

El Faraón.

El Faraón está sentado frente a mi. Me mira, fijamente, con sus ojos pintados de khol. Guarda una compostura majestuosa a pesar de apoyar el brazo derecho en el respaldo del trono. Un trono pequeño y funcional. Nada aparatoso pero muy bonito. Lleno de pinturas coloreadas que muestran flores, pájaros y a él mismo junto a la Esposa Real en actitud de enamorados.

No sé que se le dice a un faraón. Tengo hambre y el cola cao se está enfriando en la taza junto a la que hay una ensaimada por la que está rugiendo mi estómago. ¿Puedo hablar antes de que él lo haga? Por otro lado ¿será correcto que empiece a comer sin que me de permiso? Todas estas cosas de protocolo son un coñazo.

Me arriesgaré y le ofreceré un trocito de ensaimada... La mirada del faraón se ha animado cuando he cortado un pedacito. Entonces ha alargado el brazo y ha cogido el resto de la ensaimada - ¡Oiga. Su trozo es este! - Se ha hecho el sueco y después se ha bebido el cola cao - ¡Ahora ¿qué como yo?! - le he gritado, enfadada. El ha estirado las piernas para que viera sus sandalias de oro puro. - Menudo fantasma! Pascualita, muérdele un pie, que nos ha dejado sin desayuno...¿Por qué no le muerdes, boba? ¿Le tienes miedo? ¡Pues le morderé yo! - El faraón dio un grito de dolor y se levantó de un salto. Al momento me vi rodeada de soldados con lanzas que amenazaban con ensartarme como a una aceituna . Un dedo regio, adornado con hermosos anillos, me señaló y una palabra salió de su boca. Por fin escuchaba la voz del dios viviente aunque creí, ingénua de mi, que sería más cantarina. Dijo - ¡Cocodrilos! - Me sentí mal al oírlo. Era una mal pensada. El faraón quería pagarme el desayuno que me había quitado, con un bolso o unos zapatos de cocodrilo ¡O las dos cosas a la vez! al fin y al cabo era tan rico como para tener sandalias de oro.

Me llevaron hasta la ribera del Nilo. Como hacía mucho calor me invitaban a darme un chapuzón ¡que amables! aunque un poco bruscos. Decliné la invitación porque no tenía a mano el bikini. Pero ya se sabe que los soldados son hombres rudos y no entienden de contemplaciones. Me tiraron al agua y al punto apareció a mi lado la enorme boca abierta de un cocodrilo dispuesto a comer gratis.

El faraón se acercó para ver el espectáculo pero, lo que realmente me fastidió, fue ver a Pascualita, apoyada en la corona real, aplaudiendo y haciendo el signo de OK mientras yo buscaba un palo para meterlo en la boca del cocodrilo y no la pudiera cerrar.

El Nilo estaba helado, contra todo razonamiento. Y yo gritaba como una posesa: - ¡No me comas, no me comaaaaaaaaaaaas! - A mis oído llegaron unas risas conocidas - "¡Despierta ya, alma de cántaro, que estás despertando al vecindario!" - ¿Me has tirado agua, abuela? - "¡Naturalmente!"

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de la abuela y la Cotilla. - "Llevamos un rato partiéndonos de risa. Menudas películas te montas cuando duermes" - ¿Al final, te come o no el cocodrilo? - Pues... no sé... (repuse aturdida y aliviada al ver que todo había sido un sueño) - ¡Ya nos hemos quedado sin saber cómo acaba todo! - Entonces recordé una cosa: ¿Hay ensaimada para desayunar? - "Sí. La Cotilla ha traído unas cuantas de hace tres días" - Menos mal que todo ha acabado bien ( me dije)


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