miércoles, 6 de enero de 2016

Crónica del viaje.

- "¡Ni se te ocurra sentarte en mi sillón que vengo descuajaringada!" - Como un ciclón, la abuela pasó delante de mi, a paso de carga, para espatarrarse delante de la televisión, tirar los zapatos al aire y descansar del viaje. - ¿Por qué no dices a Geoooorge que te lleve a tu casa?  - "Porque no" - Pues yo tengo ganas de perderte de vista después de tantos días juntas ¡Menudo empacho de abuela y Cotilla  tengo. Eso sin contar la vergüenza que me ha echo pasar Pascualita. - "¡Tiquismiquis!" - ¿Yoooooo? Estas vacaciones navideñas con vosotras me han curtido para soportar una guerra nuclear.

Me contestó un ronquido.

Llevé a la sirena a su acuario, al que saltó mucho antes de llegar a él. Tal vez fuera el cansancio pero la cuestión es que erró la puntería y se dio un morrón contra el cristal que la dejó dormida un buen rato. De todas maneras la sumergí, cayendo como un plomo hasta el fondo donde quedó tapada por las algas. La Cotilla andaba cerca y más valía prevenir.

Me senté en el sofá de la salita y al segundo siguiente ya estaba traspuesta. La ensoñación me llevó, en un abrir y cerrar de ojos, a un pequeño pueblo del Pirineo oscense lleno de vacas. Recuerdo que lamenté no tener un capote a mano para defenderme cuando las puñeteras decidieron que era la hora de hacer ejercicio y salieron en tropel de los corrales. Corrí como alma que lleva el diablo. Al poco me percaté de que los cuatro vecinos que a esas horas tempranas, salían de sus casas camino del bar a tomar un carajillo, me aplaudían. Incluso alguno, entusiasmado, gritó: ¡Viva San Fermín!

La abuela quiso ver la cabalgata de Reyes. Salimos del hotel con los cuerpos bien entonados. Alguien le había dicho que para combatir el frío de la nevada, tomásemos algo fuerte. Como no especificó cuanto, decidimos que más valía pecar por exceso que por defecto y poco faltó para que acabáramos con la botella de chinchón recién abierta

 La abuela, que no se separó de Pascualita en todo el viaje, la llevaba en el termo de los chinos con agua caliente y una bufandita que le había tejido, enrollada al cuello. Cuando vio a los Magos de cerca su atención fue para el Rey Baltasar. - Pues yo prefiero a... ¡hip!... Melchor (dijo la Cotilla) Esas barbas blancas parecen... ¡hip!... muy confortables. - "Te lo regalo enteriiiiiito... ¡hip!" -

Se acercó a la carroza real gritando - "¡Dáme caramelos, morenazo!... ¡hip!... ¡Ven conmigo que... ¡hip!... haré de ti un ... ¡hip!... hombre!" - El pobre, asustado, pensó que dándole unos caramelitos se quitaría aquella loca de encima pero, al agacharse para entregárselos, la abuela le hizo una llave de judo que por poco lo desnuca y acabó dándole un morreo en los labios que a punto estuvo de morir asfixiado.

Se armó un pollo de mucho cuidado. Allí gritaba todo el mundo, sobre todo la abuela que no quería que la separasen de su Rey. Esto fue el revulsivo para que la sirena saltara en ayuda de su amiga. Clavó los dientes en el turbante de seda pero, como hacía mucho frío, se metió dentro a dentelladas. Inmediátamente, Baltasar supo que se quedaba calvo y gritó como un poseso. Saltó de la carroza, corriendo en zigzag de acera a acera y no tuvo más ocurrencia que saltar al río. Le rescataron in extremis, cuando la corriente se lo llevaba. Me acerqué y le arranqué el turbante de un tirón seco. La gente, al ver su cabeza monda y lironda, gritó: ¡Nos engañó. Llevaba peluca! - Y mientras discutían si lincharle o correrlo a gorrazos, me llevé a Pascualita ,que estaba más muerta que viva debido al agua dulce que acaba de beber.

En el hotel nos tenían preparada la cuenta. - Este es un pueblo serio y no queremos ser pasto de habladurías en las telebasuras. - La Cotilla dijo que si llega a saber que nos harían ésto, se hubiese aprovechado de Melchor.

El caso es que esa noche nos la pasamos en el rolls royce mientras Geooorge intentaba encontrarnos habitación pero, como la fama nos precedía, acabamos durmiendo en el coche. Que chivatos son a veces los adelantos electrónicos. Superan a la Cotilla.

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