sábado, 9 de enero de 2016

Crónicas del viaje (4)

Como pollos escaldados íbamos por Zaragoza. Mojada hasta los huesos, con las botas llenas de agua que, al caminar, sonaban así: ¡chof! ¡chof! Es verdad que tenía la ilusión de que los Reyes Magos me trajeran unas deportivas con música y lucecitas para fardar por mi barrio. Pero no acuáticas.

Un enorme dragón estira el cuello en lo alto del tejado de la Basílica del Pilar. La boca abierta de la gárgola vomita agua sin parar. La abuela me dio un empujón al pasar junto al chorro - "¡¿A qué no te has duchado ésta mañana?!" - Las risas de los abuelitos y la Cotilla sonaron en toda la Plaza, hasta la puñetera gárgola se reía mientras yo me calaba hasta los huesos. - Una mujer con dos niños se me acercó sonriente y me dijo: - ¡Tenga, un euro! ¡Como nos hemos reído!.

En vista de mi "éxito" la Cotilla no dudó en meterse bajo el chorro de agua fría pero nadie se fijó en ella y solo consiguió un constipado.

Recorrimos, paso a paso, el interior de la Basílica admirando las obras de arte que encierra. De repente la abuela se golpeó la frente con la mano. - "¡No había caído antes!" - gritó. Y mientras un montón de gente se volvió a mirarnos ella siguió diciendo, con el mismo tono de voz: "¡Las Mari Pilis son Mari Columnas!" - Y le dio la risa floja. - "jijijijijijijijijiji" - Contagiándonos a todos.

Luego salimos a la calle para poder reír a gusto. Y nos encontramos con un enorme belén de tamaño natural por el que la gente podía transitar. Y encima, gratis. Así que nos convertimos en figuritas. Caminando por las calles del pueblecito encontramos una mujer ante un puesto de verduras. La Cotilla, que enseguida huele el negocio, se enfadó: - Si lo llego a saber traigo víveres del contenedor del súper y los vendo aquí ¡maldita sea! - A mi me apetecieron unas manzanas - ¿Aceptará euros, abuela? (pregunté, inocentemente) - "¡Que cruz tengo contigo!" - Más adelante, una mujer lavaba ropa arrodillada junto a un estanque. La Cotilla no pudo evitar hacerle un comentario - ¿No me diga que no tiene lavadora? (y volviéndose hacia nosotros, dijo) Esta tía está para hacerle una foto.

Después de pasar frente al Nacimiento y cruzarnos con pastores y sus rebaños de ovejas y patos, llegamos a la otra puerta de las murallas. A lo lejos vimos que estaba custodiada por dos soldados romanos. "¡El ejército de ocupación!" (gritó la abuela) - ¡Chissssssst! no grites. A ver si vamos a tener problemas con ellos. - "Pero no ves, boba de Coria, que son de mentira" - Pues el de la derecha no me lo parece... Que bien le sienta la minifalda del uniforme... ¡Ay! (suspiré) - "Y el cepillo de barrer que lleva en el casco, tonta del bote!" -

Pasamos junto a los centinelas y ante mi duda de si eran reales o no, choqué contra el de la derecha con toda la intención. El romano se tambaleó y acabó de bruces en el barro. Todos nos precipitamos a recogerlo y el sonido de nuestras cabezas al chocar a la vez, despertó a un adormilado vigilante que corrió hasta donde estábamos para llamarnos la atención. Sin embargo, a pesar de los taconazos, los años, el barro, la lluvia, la gente apelotonada, etc. etc. etc., no nos cogió.

Salíamos a todo correr de la plaza, camino del aparcamiento del rolls royce que, para variar era la parada del autobús de línea, cuando la abuela se dio cuenta de que el termo de los chinos estaba abierto y vacío. Me miró y dijo - "Ya sabes lo que te toca" - ¡No pienso volver al belem!

De nada me valió el arranque de rebeldía. Tuve que volver sobre nuestros pasos. Pascualita yacía, más muerta que viva, entre el barro y las plantas que bordeaban el camino del pueblecito. Abrí el bolso y la metí dentro. A mi espalda sonó una voz aterradora que gritó: - ¡¡¡Ladronaaaaaaaaa!!!

Esta vez tampoco me pilló el vigilante pero, para esquivarlo, no tuve más remedio que pasar bajo la puñetera gárgola que seguía vomitando agua de lluvia.

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