lunes, 21 de marzo de 2016

El pito del sereno.

Estamos en plena Semana Santa. Lo sé porque he visto llorar a gente en el telediario. Pensé que era por las desgracias de este fin de semana, o por los refugiados que van dejado tras de sí un rastro de muerte, pero no. Es por algo que hemos estado pidiendo casi todo el año: ¡que llueva! Y ahora llueve. Y a muchos no les ha hecho ni pizca de gracia y lloran como Magdalenas porque no pueden sacar los Pasos a la calle. Ya dicen que nunca llueve a gusto de todos... Tendrían que haber especificado las fechas y horas más convenientes para que no coincidieran lluvia y Procesiones. Ya lo dice la abuela - "¡Falta organización!"

La Cotilla ha venido con un saco lleno de barras de pan duro. Lo ha vaciado en la mesa de la cocina y ha dicho que iba a por más. También Geooorge ha colaborado trayendo más barras. Y Blas el parado. Incluso Bedulio se he rebajado a venir a mi casa a traer más pan.

En un momento en que han coincidido todos en la cocina y viendo mi casa invadida, he intervenido. - No soy ninguna ONG. No tengo un corral con animales, ni una fábrica de hacer pan rallado... ¿A qué viene que traigáis tanto pan? - Es para que hagas torrijas (aclaró la Cotilla) - Madame decir que you hacer very buenas. - Podré venderlas a los que siguen el juicio del Caso Noos. - Las quiero para repartir entre los compañeros del cuartel que están alicaídos con tanto compañero en la cárcel. - ¿Esto es idea de la abuela? - Todos afirmaron con la cabeza. - ¿Y la leche, los huevos, el azúcar, la canela, los limones, el aceite...dónde están? - En tu despensa ¿no?

Respondí abriendo la ventana y echando barras de pan a la calle. - ¡Alto, si no quieres que te multe! (gritó Bedulio) - Pero ya era tarde. La maquinaria se había puesto en movimiento y mis manos no paraban de coger y tirar, coger y tirar.

Un griterío que subía de la calle hizo que nos asomáramos al balcón. En la acera había bastantes damnificados por los golpes de las barras, durísimas algunas. La retahíla de insultos en cuanto nos vieron, subió de tono. Cuando vi que todos me señalaban y que los "piropos" de los de abajo me los dedicaban a mi, seguí tirando barras pero, ésta vez, a tiro fijo. - ¡Nos están descalabrando vivos! (gritaban)

Pensé que a Pascualita le haría gracia ver lo que estaba pasando y podría tomar nota para cuando vuelva a su hábitat y alguien quiera tomarla por el pito del sereno, sepa qué hacer. La coloqué en mi escote y le dí trocitos de pan para que se divirtiera tirándolos.

Bedulio, fuera de sí, llamaba a sus compañeros por el móvil para que vinieran a poner orden. - ¡Está tirando pan a la calle! Pero no vino nadie. - ¿Qué te han dicho? (preguntó la Cotilla) - Que no es delito tirar pan a los pajarillos. - Furioso, vino a por mi y entonces se fijó en Pascualita - ¿Qué es eso que tienes ahí? - Ahí... ¿dónde? - En el ese... junto al... canalillo... - ¿En las tetas? - Bueno... (estaba rojo como una amapola) si... ¿Qué es? - Podría mentirte diciendo que un tamagochi pero es el espíritu de mi abuelito primero reencarnado en un bicho. - ¡No es un fantasma! - Acércate y lo verás (le reté) - El Municipal dudaba... así que fui yo quién me acerqué a él mientras le daba un trocito de pan a la sirena. Entonces grité como si me estuvieran matando. - ¡¡¡Ahoraaaaaaaaaaaaaa, abuelitoooooooooooo!!!

Pascualita, sobresaltada, tiró el pan y un escupitajo envenenado, a los ojos de Bedulio acertando de lleno. Los demás, entretenidos con el jaleo de la calle, no se habían enterado de nada y al ver salir al Municipal corriendo y gritando, camino de la escalera, le siguieron. Entonces cerré la puerta y mi ¿amiga? y yo, sentadas frente a la botella de chinchón, brindamos por lo a gusto que nos habíamos quedado. 




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