jueves, 17 de marzo de 2016

Esperando a la Cotilla.

La abuela se ha quedado a dormir en mi casa para ser la primera en enterarse de cómo le ha ido a la Cotilla. - ¿Y tengo yo que pagar el pato? - (protesté) - "¿Quiéres heredar la Torre del Paseo Marítimo?... Pues ya sabes." - También se quedó el abuelito al que la noticia le cogió de sorpresa.

Venían de una fiesta de Recuerdo en El Funeral donde habían bebido, comido y bailado en memoria de Rosita Carlota, una vieja aristócrata que vino de Rusia con sus padres cuando era muy pequeña y los bolcheviques se habían quitado al Zar de encima.

Rosita Carlota no se privó de nada en vida, de la que se fue a los ciento cinco años, conservada en vodka según la abuela. Tuvo novios, amantes y maridos. Vivió en palacios, chabolas y pisos de protección oficial. Lució los más bellos diamantes, algunos robados y otros regalados. Sintió en su cuello el frío del cuchillo. Fue querida, admirada, odiada. Bellísima, de cara angelical y alma de demonio. Todos y todas caían rendidos a sus encantos. La Momia la conoció cuando se enteró que su marido, el que la llevaba tan recta por la vida, tal y como se esperaba de una mujer casada y de buena posición social, pasaba más tiempo entre sábanas extranjeras que entre las suyas que ella había bordado con tanta ilusión cuando preparaba el voluminoso ajuar.

La Momia, en un arrebato, quiso saber "que tiene esa mujer que no tenga yo" y se presentó ante la rusa que ocupaba una mesa en el Bar Miami del Born. Contra todo pronóstico, se gustaron y al separarse después de varias horas de charlas, risas y champán, parecían amigas de toda la vida.

Una de las cosas que motivaron que la Momia quedase víuda pronto, fue que su marido se enteró de las visitas clandestinas, que su esposa y su amante hacían y disfrutaban, a un pisito del barrio de la Calatrava, puesto a su vez a Rosita Carlota por uno de sus admiradores bohémios que se dedicaba a la pintura figurativa y a derrochar el patrimonio familiar en gloriosas juergas.

Naturalmente, Andresito nunca supo de las andanzas extramaritales de su madre. Le extrañó que llorara tanto la muerte de esa señora a la que él llamaba cabra loca. Y no puso reparos cuando la Momia dijo que quería ir a la fiesta de El Funeral y escoger la foto de Rosita Carlota que se colgaría en la Pared de los Finados porque pensó, cariñosamente: mi madre ya chochea.

Geooorge llevó a la Momia a su casa en el rolls royce y los abuelitos subieron a la mía. A las cinco de la mañana llegó la Cotilla. - "¡Habla, que me tienes en ascuas!" (le gritó la abuela) - Ha sido un fracaso. Como estatua no he gustado. El consuego dijo, en voz alta, al verme "les habrá costado cuatro perras esta birria". Aquello no sentó nada bien a la dueña de la casa que torció el gesto. La cosa se fue calentando porque a aquel hombre no le gustaba nada, todo era chabacano para él, desde la estufa catalíptica que me calentaba, hasta la novia: ¡Pero si es patizamba!. El novio, abochornado, gritaba, la novia lloraba y los demás discutían a gritos. Entonces, en lo más álgido de la discusión, el padre de la novia, subido a una silla, señaló la puerta  y dijo: ¡¡¡A la puta calle!!!

Se acabó la fiesta, se pagaron las luces y la estufa catalíptica. Se llevaron los canapes y las bebidas y se olvidaron de mi. Al rato, estaba muerta de frío, me adentré en la casa en busca del dormitorio principal. Los ronquidos del hombre me guiaron. Encendí la luz y dije: Paguenmé que me voy. - El marido se sentó en la cama con ojos desencajados - ¡Estoy en el infierno! - gritó horrorizado al verme desnuda. Cosa que me ofendió y decidí subir mi caché. Pedí 50 euros a la hora.

Sentadas en la salita tomábamos unos chinchones para entrar en calor. Pascualita, despertada bruscamente por la abuela, para que se enterara de lo duros que son algunos trabajos, por si alguna vez vuelve a su hábitat y le sirve para algo, estaba fuera de sí. Y yo alucinaba escuchado a la vecina - ¿Y le han pagado? - ¡Nada! Después de que una ambulancia medicalizada se llevara al marido para tratar de que no se le repitiera el infarto, la mujer me dijo que, al no haber Pedida, no había nada. Y me dio con la puerta en las narices. - Y aquí es dónde Pascualita saltó hacia la Cotilla y cayó en su escuchimizado escote, patinando hacia el interior mientras mordía a diestro y siniestro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario