jueves, 14 de abril de 2016

El cangrejo.

Bastante recuperada de la intoxicación, decido salir a tomar el sol en éste día primaveral. Echo de menos a los elefantes rosas... Pascualita, desde el termo de los chinos, contempla el ajetreo del mercado de Pere Garau. No muestra ningún interés ante los puestos de relucientes y  multicolores frutas y hortalizas del campo.

Como la veo tranquila me arriesgo a entrar en el despacho de pescado. Allí tampoco tiene porqué pasar nada. A fin de cuentas lo que se expone son cadáveres de peces. Un montón de gente deambula de un puesto a otro. De pronto noto a Pascualita inquieta. - ¡Te vas a caer! - le susurro. Pero no hay peor sordo que quién no quiere oír. La sirena, completamente desmandada, hace esfuerzos por salir del termo. Menos mal que ha ganado algo de peso y va encajada. Sus ojos de pez han cobrado vida mientras saca a pasear la dentadura de tiburón. ¡Y yo sin el guante de acero a mano!

Lo que le ha llamado la atención y abierto el apetito, son unos cangrejos que, lentamente, se acercan al borde del puesto. El pescadero y su mujer, mientras atienden a sus clientes, no les quitan el ojo de encima y justo cuando van a caer al vacío les dan un manotazo y los devuelven al punto de partida. Pero un cangrejo ha tenido mejor suerte ¡se ha escapado! y está en el suelo luchando por su vida en pleno bosque de piernas que cruzan sobre él sin tocarlo.

De pronto me siento responsable. El pobre bicho morirá aplastado bajo un zapato. Y recuerdo mi vuelo de anoche emulando a Peter Pan ¡Es la única manera de salvarlo de una muerte segura! Así que me tiro de cabeza contra el suelo sin pensar en las consecuencias.

Abro los ojos en el momento que un sanitario los enfoca con una linterna dispuesto a dejarme ciega. Lo aparto de una patada. Un dolor fortísimo me sacude la frente. Una mujer comenta - ¡Menudo chichón tiene la pobre! Si le pica tendrá que estirar el brazo para rascarse. - No se burle, señora (dice el sanitario acariciándose la pierna pateada por mi) - De repente sacudo un brazo con fuerza - ¡Aaaaaayyyyyyyyy! ¡Me muerden!

La voz de la Cotilla me devolvió a la realidad. - ¡Cuidado que es un cangrejo! Vamos a casa antes de que nos lo quiten. - La vecina se hizo cargo de mi ante los de la ambulancia. Al llegar a casa repusimos fuerzas con sendas copas de chinchón. Después metió el cangrejo en el acuario de Pascualita pero yo seguía conmocionada y no me di cuenta. - Por lo menos este trasto servirá de algo. No he visto nada más tonto que tener un acuario vacío. Prepararé un buen sofrito para hacer un arroz con cangrejo. - ¡Nooooooooooooo! - Bueno, lo que no quieras lo guardaré en un taper para mi.

En cuanto la Cotilla se encerró en la cocina, tiré a Pascualita al acuario. Reconozco que mi puntería no fue muy precisa y se dio una costalada que la dejó nadando de lado un buen rato. Era mejor eso que no que la viera la vecina y ¿a ver qué le explico?

Debí quedar traspuesta en la butaca. Me despertaron los gritos de la vecina - ¡No está. No está. No estááááááááááá! ¿Cómo hago ahora arroz con cangrejo? - Escondida entre las algas Pascualita se relamía las manos. Mientras la Cotilla, haciendo palanca con las dos manos, me abrió la boca examinándola a conciencia. - ¿Qué pasa? (pregunté cuando pude cerrarla) - Cerciorarme de que no te lo has comido. - ¡Me trata como a un caballo! - Ya quisieras ser tú tan lista como la Mula Francis.

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