martes, 3 de mayo de 2016

El Mago (2)

Mientras el Mago estaba desmayado sobre la gruesa alfombra que cubría gran parte del suelo del saloncito donde estábamos, a la abuela se le ocurrió un truco para no pagarle. - ¿Y si se enfada y nos manda un mal de ojo? - "Vendré a visitarlo con Pascualita y allá se las compongan los dos." - Poco después el hombre volvió en sí. - "No esperaba que fuese usted tan subceptible ya que debe pasarse la vida entre ánimas y espectros... por su trabajo lo digo." - En eso tiene razón pero comprenda que son seres intangibles, etéreos... -  "Se ha desmayado inutilmente porque la cabeza de Pepe no impresiona. Mire, tiene el tamaño justo para usarla de colgante en un llavero" -

El Mago la miró asombrado. - ¿Esto es Pepe? - "Y ni siquiera le gusta el fútbol" - ¿Cómo lo sabe? - "Porque nunca nos ha pedido ver un partido en la tele" - Bueno... vamos a ver qué puedo hacer por él... Por cierto, no han puesto la voluntad... - "¿Cómo que no? (protestó la abuela) ¡50 euros!" - Pues, por más que me fijo... no los veo. - "Ni los verá. Son cosas del ánima de Pepe que es muy suya, sabe. Como se le crucen los cables nos esconde las cosas. Sin ir más lejos le diré que teníamos en casa un orinal de porcelana, decorado con unas preciosas rosas rojas que perteneció a la bisabuela de mi marido, y de un tiempo a ésta parte, no hay manera de encontrarlo. Así que usted no desespere que cualquier día aparecen los 50 euros... Y empiece ya su trabajo que, a éste paso, nos dan aquí las uvas"

Cuando una hora más tarde salimos de aquella consulta, sabíamos que Pepe fue un joven misionero, mandado a tierra de Jívaros para convertirlos a la fe "verdadera"  Al principio a los "infieles" les cayó en gracia pero acabó siendo un coñazo para toda la tribu. A todo le ponía pegas: que si iban desnudos, que si bailaban sin decoro, que si el cerebro de mono vivo no era ningún manjar sino una guarrada, que donde estuviera una tortilla de patatas que se quitaran las tarántulas asadas... en fin: un plasta.

Los jívaros aguantaron con paciencia al pijo venido de quién sabe donde hasta que, un día, hartos de tanto caprichos y remilgos, enviaron al brujo a convencerle de que debía afeitarse esa barba que asustaba a los niños que, dicho sea de paso, nunca habían visto ninguna.

Las buenas palabras del brujo, que era un diplomático de primera y la ayuda de un licor hecho en la tribu mediante unas hojas que las viejas desdentadas masticaban durante horas utilizando una receta ancestral y dejándolo fermentar un tiempo prudencial , convencieron al misionero y puso su cuello en las expertas manos del brujo, muerto de risa. Y en un santiamén, pasó a morirse y dejar de reír, o viceversa.

Después, para que su memoria perdurara durante generaciones, redujeron su cabeza al tamaño que tenía ahora y con su cuerpo, que ya no le servía para nada, hicieron un buen estofado regado con el licor ancestral.

Tiempo después, pasó por allí un chino y les ofreció espejos y cascabeles por aquella mini cabeza e hicieron el intercambio. De esta manera se libraron, definitivamente, del pijo plasta. - Abuela. ¿no te suena a trola esta historia? -  "Ya lo dice el refrán, alma cándida: A caballo regalado, no le mires el diente"









































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