sábado, 11 de junio de 2016

Batidos con chinchón.

La abuela está más tranquila, gracias a Dios. Lleva unos días sin interrumpir mi sueño y me siento felíz por ello. Además, conseguí que no tatuara a la pobre Pascualita, primero para no descubrir su existencia a personas ajenas a nosotras y segundo porque ¡menuda pinta tendría el pobre engendro con un caracolillo entre sus ojos saltones! Así que, de momento, toda va como la seda.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaa! Saca el chinchón, nena, que traigo helado de vainilla. - ¿Qué tiene que ver la velocidad con el tocino, Cotilla? - Tú sabrás. A mi que me registren, alma de cántaro. - ¿A comprado un bote de helado? Parece que hoy se le ha dado bien la "limpieza" de los cepillos de las iglesias jejejejeje - ¡Que va! algunos tienen hasta telarañas. Así no vamos a ninguna parte... El bote lo he encontrado en el contenedor del súpermercado. - ¿Caducado? - Un poco. ¿Qué pasa, tiquismiquis? - Estará fundido... - Por eso te he pedido el chinchón. Nos haremos un batido y si hay bacterias se emborracharán jajajajaja y se les olvidará atacarnos.

Sentadas a la mesa de la cocina, dimos buena cuenta del batido al que habíamos añadido unos cubitos para que estuviera fresquito. - ¡Oye, pues para lo barato que nos ha salido, no está malo!...¿Repetimos? pues pón más chinchón que vamos a brindar - ¿Por qué? - Porque haya nuevas elecciones... - Si estamos en ello, Cotilla. - Me refiero a otras porque, como dice el refrán, no hay dos sin tres. Y a mi aún me quedan mucha propaganda electoral, de las de diciembre, por repartir. - Brindemos, pues...

Tres horas después habíamos sustituído el helado de vainilla por cola cao, café, puré de guisantes, tofu, sopa de sobre, fideos chinos... Mil combinaciones a cual más rara, dependiendo de lo que íbamos encontrado en la nevera y en la bolsa de la Cotilla... Una de las cosas por las que brindamos fue por las mujeres árabes que, sabiéndose libres del fanatismo islámico, se despojaban y tiraban sus ropas negras sonriendo felices a la libertad... Recuerdo, vagamente, que lloramos y nos abrazamos de alegría por ellas.

Cuando la Cotilla se durmió en el sofá de la salita, murmurando el nombre de su gurú: Luis Bárcenassss, Luis Barcen... , fui a ver a Pascualita e invitarla a unos sorbitos de nuestro batido. Y fue, al acercarme al acuario,que escuché una bellísima y suave voz entonando una amorosa melodía. Pensé, por un momento, que así debían ser los cantos de sirena.

La melodía se enroscaba a mi cuerpo atrayéndome dulcemente hacia... ¡¿Pascualita?! Un escalofrío me sacudió de arriba abajo... ¿La sirena quería comerme?... ¿O el chinchón hacía su efecto? Volví a la salita, puse la tele y mientras los ciclistas se esforzaban por subir una montaña empinadísima, yo me hundí en un profundo sopor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario